Tierra De Vampiros by John Marks

Tierra De Vampiros by John Marks

autor:John Marks
La lengua: es
Format: mobi, epub
Tags: Tinieblas
publicado: 2011-01-19T23:00:00+00:00


Treinta y uno

Miré el cuerpo destrozado de Clementine a través de los barrotes y lloré. Intenté pedir perdón una y otra vez, pero no parecía que le importara. Mis sollozos resonaban en el túnel de piedra antigua y me parecían lo bastante fuertes para sacudir el claustro hasta los cimientos, pero al cabo de un rato murieron en mi pecho y el suave silencio de la nieve recobró sus dominios. Clemmie esperó, como si mi emoción fuera una formalidad que debiera soportar. Mientras me secaba los ojos, tuve la sensación de que ella consideraba que ese episodio era incómodo, aunque eso no fue una reacción manifiesta por su parte; no había nada manifiesto de Clementine ya. Todo lo referente a ella reposaba enterrado bajo el manto de muerte. Estaba más blanca que la nieve a sus pies, unas sombras cenicientas le cerraban los ojos, los labios estaban flácidos y se veían azules, y esa horrible herida en el cuello ya no sangraba ni mostraba más señales del trauma que las obvias. Envuelta en esas pieles de lobo, parecía haber emergido de una tumba antigua, y esto me pareció horrorosamente apropiado. Clementine Spence siempre había tenido algo primario, arcaico.

–¿Por qué has venido? – le pregunté, por fin.

–No hay mucho tiempo -murmuró.

–Tengo miedo de irme -dije.

–No tienes nada que temer. Él se ha marchado.

Esas palabras deberían haber sido un alivio. Quedaron colgando en el aire helado como una amenaza. Las sombras del bosque se alargaban detrás de ella.

–Tú eres la única que puede destruirle -dijo-. Eres la única que sabe.

–¿Qué es él, Clemmie? ¿Qué es lo que has averiguado por fin?

Un suspiro se le escapó de los labios. Estaba siendo extraordinariamente paciente conmigo, teniendo en cuenta que yo la había asesinado.

–Sólo sé lo que ellos dicen.

–¿Ellos?

Hizo un gesto en dirección al bosque. Las sombras de los bosques se habían alargado otra vez, y entonces me di cuenta de que se habían separado por completo de los árboles. Los árboles se habían vuelto como ella, y se desplazaban hacia la entrada del claustro, en dirección a mí.

–Oh, Dios.

–No tengas miedo.

–No comprendo.

Ella se acercó un poco más, hasta que la nariz le sobresalió entre los barrotes. Abrió los labios azules y fláccidos.

–Sangre.

–No.

–Tú quieres lo que él quiere: ver a los muertos, invocar a los muertos. Nosotros lo sabemos. Nosotros lo queremos, también -me dijo.

Yo negué con la cabeza.

–Yo no quiero eso. No quiero nada de eso. Pero las voces no abandonan mi cabeza. Y el conocimiento, lo que sé. Las tumbas del otro lado de los muros.

Clemmie asintió.

–Sólo es el principio. Hay tumbas que queman con un fuego brillante, asesinatos espectaculares que reclaman reconocimiento, pero también existen los evidentes. Los turcos, los dacios, los judíos. Cuanto más lejos vas, más cosas ves y mayor es la inmensidad. La tierra es un campo amasado de muertos. Un gran libro de masacres. Nosotros lo vemos también, pero cuando uno está dentro, la carga es distinta.

Yo oía lo que decía, pero no podía captar el significado.

–¿Sois fantasmas?

La nieve caía en copos más grandes.



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