Tierra de brumas by Cristina Lopez Barrio

Tierra de brumas by Cristina Lopez Barrio

autor:Cristina Lopez Barrio
La lengua: spa
Format: epub
editor: Penguin Random House Grupo Editorial Espanya


En los últimos tres años, Jacinto se había convertido en un muchacho transparente que espiaba, desde el quicio de la puerta y con una paciencia unánime, a su padre y al fraile jugar al ajedrez. Analizaba cada estrategia seguida por ambos jugadores, la apuntaba en un cuaderno, donde podía estudiarla después con detenimiento y cotejarla con los manuales sobre el juego que había hallado en la sabiduría de la biblioteca. Y cuando no podía jugar contra el padre Eusebio porque en el último mes dormía mucho y en cualquier parte, incluso de pie, enroscado en el báculo como si él y su bastón fuesen un todo que la muerte se estaba llevando de a poco, imaginaba que lo hacía contra un contrincante que no era otro que su propio padre. Jaque al rey, soñaba que le decía derribándole la figura. Jaque al cazador. Te gané, padre, aquí sí que no sirven tus rifles ni tus balas. Aquí la puntería está en la mente, y la mía cuando dispara es letal. Y reía como había visto el muchacho que reía José Novoa, con la amargura de la boca ancha y el borboteo demoníaco que lo hacía orinarse encima cuando no era más que un crío. Pero Jacinto Novoa ya tenía quince años y el esfínter se lo había sujetado a fuerza de voluntad y de morderse el miedo. Había crecido tanto que parecía una torre inexpugnable, de altura y de corazón, solía decirle el padre Eusebio. Era todo lo flaco que no era José Novoa, todo lo discreto de existencia y de gustos que él nunca fue. Tenía el rostro sin una sola peca, liso y pálido como el de una virgen. Quizá sólo se asemejaban en el carácter solitario, que José eligió y a él le habían llegado a imponer por vergüenza, y en la cicatriz que lucían en su mejilla izquierda.

Cada día que pasaba Jacinto parecía desdibujarse de la realidad. Siempre había vivido entre dos mundos, uno de vivos, otro de espíritus, pero últimamente prefería existir en este último. Se estaba convirtiendo en una ráfaga, en un soplido ojeroso que se deslizaba por el pazo hablando con seres invisibles, riéndole las gracias de su humor difunto, almorzando con ellos como un hombre que había perdido el juicio. Los criados lo esquivaban para no chocarse con los fantasmas, los oídos se le estaban cerrando para los vivos y se le abrían de par en par para las demandas y deseos de los muertos. Al principio llevaba una libreta para acordarse de quién era cada uno, apuntaba su nombre, la fecha de su fallecimiento y los parientes y amigos a los que debía dar un recado. Inició también una intrincada red que relacionaba las amistades y los parentescos entre todos ellos, con el fin de facilitarse la búsqueda de quien le pidieran y de encontrar en los limbos eternos a Marina la Santiña, con quien deseaban hablar además de él, su padre y Bruna Mencía. Sólo la había visto una vez



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