Testamento mortal by Donna Leon

Testamento mortal by Donna Leon

autor:Donna Leon [Leon, Donna]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2011-01-01T05:00:00+00:00


17

De pronto a Brunetti se le ocurrió preguntarse cómo aquel hombre condenado a permanecer en la cama había conseguido ver a la signora Altavilla en compañía de otras personas.

—¿Es algo que usted observó, dottore?

El doctor tardó un rato en contestar.

—No siempre he estado así —se limitó a responder, como para aclarar que el momento de las explicaciones había pasado, y que aquel hecho era lo único para lo que ahora tenía tiempo. Brunetti guardó silencio tanto rato que el doctor dijo—: Creo que estaría usted más cómodo si se sentara.

Brunetti acercó a la cama una silla de respaldo recto e hizo lo que se le había dicho. Era como si Grandesso, y no Brunetti, se hubiera relajado. Sus labios se cerraron una vez, dos veces, pero luego se abrieron y dijo:

—Yo estuve sentado junto a ella cuando la gente le contaba cosas que más hubiera valido que se guardara. —Y luego, antes de que Brunetti pudiera preguntar, añadió—: A los médicos les corresponde guardar secretos.

Sonriendo, Brunetti comentó:

—Imagino que eso se le da bien, doctor.

El dottor Grandesso empezó a devolverle la sonrisa, pero luego su rostro se contrajo en un gesto de dolor. Los tendones de su mandíbula se tensaron varias veces, y Brunetti creyó oírle rechinar los dientes, aunque no estuvo seguro. De los ojos del hombre brotaron lágrimas que resbalaron por sus mejillas. Brunetti medio se levantó de la silla, sin saber si tomar la mano del doctor o pedir ayuda, pero entonces el rostro del yacente se relajó. La mandíbula se aflojó y abrió la boca. Jadeó varias veces y luego se fue calmando, aunque todavía tuvo que esforzarse por coger suficiente aire para respirar.

—Hay algo que yo pueda… —empezó a decir Brunetti.

—No —respondió entre jadeos—. No se lo diga a ellas, por favor.

Brunetti asintió con la cabeza, incapaz de responder.

—Nada de hospital… —dijo el doctor, sin dejar de jadear—. Es mejor aquí.

Su voz llegaba en breves rachas, separadas por largas respiraciones. Cerró los ojos de nuevo, y esta vez su rostro se distendió y el torturado sonido de su respiración cesó.

Por un instante, Brunetti temió que aquel hombre muriese ante sus ojos, sin que él pudiera evitarlo. Luego oyó otra de aquellas prolongadas respiraciones, pero más suave. Permaneció sentado, inmóvil, y observó al doctor hasta estar seguro de que se había dormido. Tan silenciosamente como pudo, Brunetti se puso en pie y retrocedió hacia la puerta. Salió al corredor, dejando la puerta abierta de tal modo que el durmiente pudiera ser visto.

El corredor estaba vacío. El entrechocar de platos y el rumor del agua corriente llegaba de detrás de la puerta cerrada de la cocina. Brunetti se apoyó en la pared. Echó la cabeza atrás hasta tocarla y permaneció así unos minutos.

Una de las novicias de tez oscura salió de la cocina y tomó la dirección opuesta. Al oír sus pasos, Brunetti se volvió hacia ella:

—Perdone —dijo, y se apartó de la pared.

Ella le sonrió al verlo.

—Sí, signore? ¿Cómo está el dottore Grandesso?

—Descansa.

Le agradó oír eso y dio media vuelta para irse.



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