Teleny by Oscar Wilde

Teleny by Oscar Wilde

autor:Oscar Wilde
La lengua: spa
Format: azw3, epub
Tags: Drama, Erótico, Novela
editor: ePubLibre
publicado: 1892-12-31T23:00:00+00:00


Capítulo VII

AL día siguiente, los acontecimientos de esta noche me parecieron casi un sueño paradisíaco.

—Sin duda te sentirás un tanto derrengado, después de tanto…

¡Derrengado! ¡En absoluto! Me sentía en plena forma, y tan ligero como las alondras, que aman sin jamás sentir la saciedad del amor. Hasta entonces, el amor que las mujeres me procuraban jamás había logrado rebajarme los nervios.

Se trata de un acto del que estamos físicamente necesitados. Pero la concupiscencia que en aquel momento me embargaba, venía a añadir al acto físico una expansión de espíritu y una armonía de todos mis sentidos sin parangón posible.

El mundo, que hasta entonces me había parecido frío, sombrío y desolado, se había pasado de pronto a —para mí— un edén; el aire, aunque el termómetro hubiera descendido considerablemente, era ligero y perfumado; el sol —disco de pálido cobre, más parecido al trasero de una pielroja que a la esplendente cara de Apolo— brillaba para mí en toda su gloria; y hasta la oscura niebla, que a las tres de la tarde comenzaba a extender sus sombras por la ciudad, me parecía en aquel momento un vapor ligero que, velando toda la posible fealdad, daba un carácter fantástico a la naturaleza y al hombre un aspecto confortable y suave. Tales son los poderes de la imaginación.

Se ríe, ¿verdad? Don Quijote no fue el único que tomó por gigantes a los molinos de viento y a la Maritornes por princesa. Si su frutero no toma jamás a los nabos por manzanas, ni el dueño de su tienda de coloniales confunde jamás el café con la mostaza, o las lentejas con las ciruelas, es porque se trata de gente falta de imaginación, que sopesa cada cosa en la báscula de la razón.

Intente usted encerrarlos en una cáscara de nuez y verá si estiman o no a los monarcas del mundo. Al revés que Hamlet, ven las cosas por su lado realista. Lo que yo jamás hice. Aunque debo confesar que mi padre murió loco.

Como quiera que sea, la anterior sensación de abatimiento y disgusto por la vida, habían desaparecido. Me sentía alegre, contento, feliz. Teleny era mi amante y yo lo era suyo.

Lejos de sentirme avergonzado de mi crimen, hubiera querido proclamarlo ante el mundo entero. Por primera vez en mi vida comprendía la locura de los enamorados que entrelazan sus iniciales. Hubiera querido grabarla sobre la corteza de todos los árboles, para que los pájaros, al verlas, piaran ante ellas de la mañana a la tarde; para que la brisa hiciera susurrar en su honor el murmullo de las hojas. Hubiera deseado escribir esas iniciales en la orilla del mar, sobre la arena, para decir al océano mi amor, y que él pudiera murmurarlo para siempre.

—Yo bien hubiera creído que, una vez pasada la embriaguez del momento, usted se hubiera sentido avergonzado de tener a un hombre por amante.

—¿Y por qué? ¿Había acaso cometido un crimen contra natura, cuando mi propia naturaleza encontraba en ello paz y felicidad? Si así era, sería culpa de mi sangre, de mi temperamento, y no culpa mía.



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