Sin defensa posible by Úrsula Llanos

Sin defensa posible by Úrsula Llanos

autor:Úrsula Llanos [Llanos, Úrsula]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2017-12-01T05:00:00+00:00


* * *

Ahogaba Noelia un bostezo mientras redactaba la contestación a una demanda, cuando sonó el teléfono interior. Al llevarse al oído el auricular, oyó la voz alterada de Flor, lo que en ella era sumamente infrecuente.

—Noelia, te llama don Héctor Zúñiga. Está muy nervioso y me ha dicho que es muy urgente que hable contigo. ¿Te lo paso?

Lo consideró ella durante unos segundos y concluyó diciéndose que nada de lo que ese joven pudiera referirle le interesaba lo más mínimo. Como le había repetido hasta la saciedad, había cientos de abogados en Madrid que estarían encantados de solucionarle ese problema tan grave que opinaba él que tenía y hasta era posible que esos compañeros se divirtieran escuchando las historietas de los condes y de los duques que el chico hilaba tan bien.

—No me lo pases, no —le replicó a la secretaria—. Dile que estoy reunida con unos clientes importantes y que no crees que termine en toda la tarde.

—Pero es que está al borde de la histeria —objetó la otra—. Me ha pedido que te pase la comunicación, primero educadamente, luego levantando el tono y finalmente a grito pelado. ¿Por qué no hablas con él? Nadie se pone así, si no es por un motivo serio.

—Es que sus motivos serios me importan un comino —refunfuñó—. Aconséjale que hable con Miriam, que es más paciente que yo y que seguramente le escuchará sin interrumpirle.

—Miriam no está —le recordó Flor—. Tenía una vista esta mañana en los juzgados de la Plaza de Castilla y tardará en volver.

—Pues entonces inventa la excusa que se te ocurra, porque no me voy a poner al aparato. Faltaría más.

Colgó muy digna el auricular y trató de concentrarse nuevamente en el escrito que estaba formalizando, pero no lo consiguió. Por una vez pensó que quizás su madre tuviera razón al aconsejarle que dominara su mal genio. Claro que su progenitora era un ama de casa a quien probablemente nadie le hubiera tomado el pelo, como aquel muchacho la tarde en la que le había conocido. No sabía cómo habría reaccionado de haberse encontrado en un caso similar, pero suponía que tampoco se hubiera prestado a que aquel engreído repitiera su historieta en una segunda ocasión.

Con otro bostezo terminó de redactar la contestación a la demanda que tenía entre manos en el ordenador que tenía sobre la mesa y estaba a punto de imprimirla cuando oyó una algazara en el pasillo. Creyó entresacar del griterío la voz de Flor discutiendo a voces con alguien que se aproximaba a su despacho, cuando se abrió violentamente la puerta que tenía enfrente y apareció en el umbral el joven que había llamado por teléfono poco antes. Venía despeinado y sin abrigo, aunque esa mañana hacía un frio helador, con un pantalón vaquero y un deslucido jersey rojo de cuello alto. De un manotazo apartó a Flor que trataba inútilmente de impedirle el paso, avanzó como una fiera hasta su mesa y le atizó un puñetazo al tablero que retembló lastimosamente.

—Así que está usted reunida, ¿verdad? —le gritó Héctor furibundo—.



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