Sin alma by Gail Carriger

Sin alma by Gail Carriger

autor:Gail Carriger [Carriger, Gail]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Fantástico
editor: ePubLibre
publicado: 2009-01-01T05:00:00+00:00


Travesuras en el patio trasero

Los Loontwill regresaron de su expedición de compras emocionados por los éxitos cosechados, todos menos el señor Loontwill, quien había perdido su rubor habitual y cuyo rostro se asemejaba al de los hombres que regresan del campo de batalla derrotados y con numerosas bajas a sus espaldas. Floote se materializó junto a él con una copa de coñac llena hasta arriba. El señor Loontwill murmuró algo acerca de las similitudes entre su mayordomo y el concepto cristiano de la piedad y apuró el coñac de un trago.

A nadie le sorprendió encontrar a Alexia en compañía de su amiga la señorita Hisselpenny en la sala de estar. El señor Loontwill masculló unas palabras a modo de saludo, lo suficientemente breves como para no faltar a la cordialidad debida y, acto seguido, se retiró a su despacho con una segunda copa de coñac y la orden expresa de que nadie le molestase bajo ninguna circunstancia.

Las Loontwill, a diferencia de su padre y marido, se mostraron mucho más prolijas en sus cortesías e insistieron en mostrar todo lo que habían comprado.

La señorita Tarabotti tomó la precaución de enviar a Floote a por más té, y es que les esperaba una larga tarde por delante.

Felicity sacó una caja de piel y levantó la tapa.

—Mirad esto. ¿No os parecen absolutamente divinos? ¿No os gustaría tener unos iguales? —Descansando sobre un elegante lecho de terciopelo negro, un par de guantes de noche de encaje, largos hasta el codo y de un hermoso color verde musgo con una ristra de diminutos botones de madreperla en los costados.

—Sí —convino Alexia, puesto que su hermana decía la verdad—. Pero no tienes ningún vestido a juego, ¿verdad?

Felicity arqueó las cejas emocionada.

—Muy perspicaz, mi querida hermana, pero ahora sí que lo tengo —respondió sonriendo con una absoluta falta de decoro.

La señorita Tarabotti pensó que comprendía perfectamente a su padrastro. Un vestido de noche a juego con aquellos guantes podía costar una pequeña fortuna, y cualquier compra que realizara Felicity, Evylin debía igualarla con algo de semejante valor. Evylin demostró la certeza de aquella ley universal mostrando sus nuevos guantes de noche de satén azul plateado con flores rosadas bordadas en los márgenes.

La señorita Hisselpenny estaba considerablemente impresionada ante tanta dadivosidad. Los posibles de su familia nada tenían que ver con el reino de los guantes bordados y los vestidos de noche comprados por puro capricho.

—Los vestidos estarán listos la semana que viene —intervino orgullosa la señora Loontwill, como si sus dos hijas hubiesen llevado a cabo algo maravilloso—. Justo a tiempo para la recepción de los Almack, esperamos. —Miró a Ivy por encima del hombro—. ¿Contaremos con el honor de su presencia, señorita Hisselpenny?

Alexia se molestó profundamente con su madre, que sabía perfectamente que los Hisselpenny no tenían la alcurnia necesaria para asistir a semejante evento.

—¿Y qué nuevo vestido llevarás tú, mamá? —preguntó muy seria—. ¿Algo apropiado para la ocasión o un vestido más propio de alguien con la mitad de tus años, como acostumbras?

—¡Alexia! —exclamó Ivy, escandalizada ante el exabrupto de su amiga.



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