Silas Marner by George Eliot

Silas Marner by George Eliot

autor:George Eliot
La lengua: es
Format: mobi, epub
Tags: prose_history
publicado: 2009-08-29T23:00:00+00:00


XII

Mientras Godfrey Cass bebía a grandes sorbos el dulce brebaje del olvido en presencia de Nancy y perdía voluntariamente todo recuerdo del vínculo secreto que en otros momentos lo obsesionaba y atormentaba, llegando hasta exasperarlo en medio de los rayos sonrientes del sol, su esposa se adelantaba a pasos lentos e inciertos, a través de las callejuelas cubiertas de nieve de Raveloe, llevando una criatura en los brazos.

Aquel viaje de la víspera del Año Nuevo era un acto de venganza premeditada que su corazón siempre había alimentado desde el día en que Godfrey, en un acceso de cólera, le había dicho que antes preferiría morir a reconocerla por su mujer. Debía haber una gran fiesta en la Casa Roja la víspera del Año Nuevo, ella lo sabía; su marido sonreiría y le sonreirían. Escondería la existencia de ella en el rincón más obscuro de su corazón. Pero ella iría a turbar su felicidad; iría cubierta de harapos sucios, con su rostro demacrado que antes no cedía en belleza a ninguno; iría con su hijo, que tenía los ojos y los cabellos de su padre, a declararle al squire que era la mujer de su hijo mayor.

Pocas veces los miserables pueden dejar de considerar su situación como un mal que le es infligido por aquellos cuya miseria es menor. Molly sabía que si vestía harapos sucios no era por culpa de la negligencia de su marido, sino del demonio Opio, del que era esclava en cuerpo y alma, y sólo un resto de amor materno hacía que no sacrificara por completo al monstruo la vida de su hijo hambriento. Ella lo sabía muy bien, y, sin embargo; en los momentos en que su miserable conciencia no estaba amodorrada, el sentimiento de sus necesidades y de su degradación se transformaba continuamente en acritud contra Godfrey. El vivía en la holgura, él, y si sus derechos de esposa fueran reconocidos, ella también viviría rodeada de comodidades. La convicción de que Godfrey estaba arrepentido de su casamiento y que sufría pensando cómo poderlo romper, apuraba el rencor de Molly.

Las reflexiones sanas que impulsan al culpable a censurarse interiormente no acuden con bastante energía, aun en el aire más puro y ante las mejores lecciones del cielo y de la tierra. ¿Cómo era posible que esas delicadas mensajeras de alas blancas pudieran llegar hasta la celda emocionada del corazón de aquella mujer, celda habitada sólo por recuerdos tan poco nobles como los de una moza de posada que sueña en su paraíso de antaño con sus cintas color de rosa y con las bromas de los señores?

Había partido temprano, pero se había retrasado en el camino. Su indolencia la disponía a creer que la nieve dejaría de caer si esperaba bajo un abrigo caliente. Se había detenido más tiempo del que pensaba, y ahora que la noche la había sorprendido en las largas callejuelas rugosas y cubiertas de nieve, ni siquiera el ardor de la venganza podía impedir que su coraje desmayara.

Eran las siete. En



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