Sharpe y la batalla de Vitoria by Bernard Cornwell

Sharpe y la batalla de Vitoria by Bernard Cornwell

autor:Bernard Cornwell [Cornwell, Bernard]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras, Bélico, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 1984-12-31T16:00:00+00:00


Capítulo 14

Ángel se despertó antes del amanecer. Había dormido en el establo, envuelto en la paja cálida y su gruesa capa. Se estremeció al bostezar y se desperezó; enseguida saltó de su lecho y entró en el patio. Tras salpicarse agua en la cara, levantó la vista hacia el tejado oscuro bajo el cual dormía Sharpe con la mujer dorada.

Ángel había bruñido las sillas la noche anterior. Cepilló los caballos y lo preparó todo para la mañana. No estaba sólo preparado, sino listo y reluciente. Lo había hecho por la mujer más bella que hubiera podido imaginar en sus sueños, y ahora, todavía como mayor homenaje a ella, estaba ensillando a Carabina y doblaba una manta por encima de la silla para intentar proporcionarle a la marquesa un asiento más agradable. Sabía que ella era francesa, y él odiaba a los franceses, pero ninguna mujer tan adorable como ella podía ser mala a los fascinados ojos de Ángel.

Para probar aquel invento rudimentario que había de proporcionar comodidad a la dama, cabalgó fuera del patio de la posada e hizo girar a Carabina hacia el sur. El viento le daba de espaldas, produciéndole escalofríos en su menudo cuerpo. Las sombras de la gente de la ciudad se veían oscuras al moverse por las callejuelas y los patios. Puso la mano en la culata del fusil que había metido en la pistolera de la silla.

Las montañas del este se veían recortadas por la luz. Ángel echó atrás los talones y dejó que Carabina se pusiera al trote. Se deleitó al sentir que el gran caballo negro levantaba los cascos bien altos y agitaba la cabellera con impaciencia. Ángel enderezó la espalda, imaginándose que era el Arcángel, el guerrillero más temido de España, que cabalgaba hacia una batalla. Una mujer de gran belleza, de cabello dorado y ojos grises, le esperaba a la vuelta, aunque ella no creyera que hombre alguno pudiera regresar de misión tan suicida. Sacó el fusil de la pistolera, luego retorció las riendas e hizo bajar a Carabina hasta el riachuelo donde lavaban la ropa las mujeres de la ciudad. Dejaría que el caballo bebiera allí y soñaría despierto con el momento delicioso en que regresaba del combate, con heridas leves, y la mujer dorada saldría de la casa corriendo con los brazos abiertos; entonces Ángel vio a unos jinetes por el riachuelo.

El muchacho estaba bajo la oscuridad de unos castaños. Hizo que Carabina se detuviera y vio las sombras grises bajo la luz grisácea. Echó atrás el percutor de su fusil, pensando en disparar un tiro para avisar a Sharpe. Luego creyó que el sonido del fusil haría que los hombres se pusieran al galope tras él.

Tiró de las riendas; sabía que tenía que regresar a la ciudad y avisar a Sharpe, pero cuando Carabina se movió, los hombres que iban por el riachuelo poco profundo percibieron el movimiento. Uno de ellos disparó y Ángel vio la espuma blanca que levantaban los hombres que cabalgaban hacia él. Iban



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