Shardik by Richard Adams

Shardik by Richard Adams

autor:Richard Adams [Adams, Richard]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Fantástico
editor: ePubLibre
publicado: 1974-04-22T16:00:00+00:00


35

El prisionero de Shardik

Poco a poco llegó a Kelderek la conciencia de que era un vagabundo en una comarca desconocida, sin amigos, lejos de toda ayuda, apurado por la necesidad y rodeado de peligros. Solo fue más tarde cuando comprendió que también se había convertido en prisionero de Shardik.

Era evidente que el oso se había debilitado más con la última herida. Su paso era más lento y, aunque seguía marchando hacia las colinas —ahora claramente visibles en el horizonte norteño—, con la misma decisión, se detenía más veces a descansar y de vez en ruando mostraba su inquietud con bruscos retrocesos y movimientos crispados. Kelderek, que ahora temía menos el ataque brusco y sin salvación posible, lo seguía más de cerca, y a veces gritaba:

—¡Valor, Señor Shardik! —o bien—: ¡Paz, Señor Shardik, tu poder es de Dios! —En una o dos ocasiones le pareció que Shardik reconocía su voz y que incluso obtenía consuelo.

La noche llegó bruscamente y aunque Shardik descansó varias horas tendido a la vista, en campo abierto, Kelderek no pudo permanecer tranquilo; paseaba de un lado a otro y vigilaba a la distancia hasta que, cuando por fin terminó la noche, el oso se paró de golpe, tosiendo penosamente, y se puso otra vez en marcha: su laboriosa respiración se oía en el silencio.

El hambre de Kelderek se volvió desesperada y más tarde esa mañana, al ver a la distancia a dos pastores que colocaban un vallado, corrió casi un kilómetro hasta llegar a ellos, con intención de pedir cualquier cosa —una cáscara, un hueso— sin perder de vista a Shardik. Ante su sorpresa, lo trataron amistosamente; eran unos hombres sencillos que evidentemente se compadecían de su necesidad y su fatiga y estuvieron dispuestos a ayudarlo cuando les dijo que, aunque estaba ligado por un voto religioso a seguir a la gran criatura que podían ver a la distancia, tenía una desesperada necesidad de enviar un mensaje a Bekla. Alentado por la buena voluntad de ellos, les contó su escapada del día anterior. Cuando terminó, vio que los pastores se miraban entre ellos miedosos y consternados.

—¡El Sendero! ¡Que Dios se apiade de nosotros! —murmuró uno.

El otro puso medio pan y un poco de queso en el suelo y retrocedió, diciendo:

—Ahí tienes comida —y después como el hombre de la lanza—: No nos hagas daño, señor… pero vete. —Y en esto ambos fueron más rápidos que Kelderek, porque emprendieron la fuga dejando sus tijeras de podar y sus martillos donde estaban entre las vallas.

Aquella noche Shardik enderezó a una aldea y por ella pasó Kelderek, sin ser visto ni provocado por nadie, como si hubiera sido un fantasma o un espíritu maldito de leyenda, condenado a vagar invisible para los ojos terrenos. En las afueras Shardik mató dos cabras, pero los pobres animalitos hicieron poco ruido y no se dio alarma. Cuando terminó de comer, el oso se alejó cojeando y Kelderek comió también, acurrucado en la oscuridad, y desgarrando la carne fresca y caliente con los dedos y los dientes.



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