Secuestro by Adrián Aragón & Miguel Aragón

Secuestro by Adrián Aragón & Miguel Aragón

autor:Adrián Aragón & Miguel Aragón [Aragón, Adrián & Aragón, Miguel]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2018-08-15T00:00:00+00:00


Capítulo 17

Max se aferraba al maletín como si aquel trozo de cuero cosido y demasiado usado contuviese el sentido de su propia vida. Y hasta cierto punto, así era. Si Alessandro conservaba datos de sus clientes, aunque fueran falsos, él dispondría de algo que darle a Mei para que siguiera buscando. Por lo general, incluso cuando una persona se esforzara al máximo para ocultar algo, cualquier cosa dejaba trazas. El subconsciente era un enemigo perverso y Mei sabía cómo descifrar esas pistas involuntarias. Por eso a Max se le quedaban los nudillos blancos de apretar el asa. Si quería averiguar algo nuevo sobre la muerte de Arcángel no podía dejar escapar a Ajmátov. La misión encomendada por la SCLI hacía tiempo que había pasado a un segundo lugar.

No conocía aquella zona de Londres, pero se esforzó por mantenerse oculto en callejuelas secundarias donde la iluminación hubiera visto tiempos mejores. Agradeció lo pronto que llegaba la noche en aquella época del año y lo poco dados que eran los ingleses a pasar en la calle más tiempo del estrictamente necesario. Aun así, a pesar de todas sus precauciones, se cruzó con un grupo de borrachos. Tres críos jóvenes.

Max se examinó mentalmente. Sabía que cojeaba. El dolor por el impacto de bala en el muslo no le daba tregua. Perdía sangre, la notaba correr pierna abajo a pesar de su chapucero vendaje de urgencia. En resumen, se encontraba lo bastante despierto para reconocer el peligro de los tres chicos que se acercaban a él por la acera, pero demasiado débil para defenderse de ellos si les daba por atacarlo. Optó por asustarlos. Si algo recordaba de sí mismo y de sus amigos a aquella edad era que solían sentirse muy gallitos… hasta que alguien cacareaba más alto que ellos. Sin que mediara amenaza por parte de los chavales, Max empezó a gritar a diestro y siniestro.

—¡Te mato, cabrón! ¡Te mato!

Los chicos, que hasta entonces bromeaban entre ellos, apretaron el paso cuando llegaron a la altura de Max. Tal como él supuso, no se atrevieron a nada. Tampoco cambiaron de acera. Por orgullo probablemente.

Siguió andando. A cada rato soltaba un improperio, hasta que estuvo seguro de que los chavales habían desaparecido. Un poco más adelante encontró un pequeño parque. Apenas un rectángulo de césped con más calma que hierba. Más que suficiente para él, que se sentó en uno de los bancos desvencijados y extrajo el móvil del segundo bolsillo interior de la chaqueta. Afortunadamente, el aparato estaba intacto tras la pelea.

La llamada fue corta. Max no tenía tiempo ni energía para perderla en explicaciones y la persona con la que habló tampoco las necesitaba. Dio una dirección y pidió una camilla. Allá donde iba no había más que una silla y una bombilla pelada. Luego colgó y valoró sus posibilidades. Podía llegar hasta el piso franco de Adam tal como estaba, pero perdería más sangre y, con ella, la capacidad de analizar el contenido del maletín. Podía recolocar el vendaje, hacer un pequeño torniquete y aplicar sus conocimientos de reiki.



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