Sangre en el volga by Karl von Vereiter

Sangre en el volga by Karl von Vereiter

autor:Karl von Vereiter [Vereiter, Karl von]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Bélico
editor: ePubLibre
publicado: 1975-04-22T22:00:00+00:00


Capítulo VIII

Con verdadero espanto, asomado al parapeto construido por el desdichado Ingo, Swaser había asistido, sin poder hacer absolutamente nada, a la hazaña inútil del teniente Ferdaivert.

Cuando vio que el oficial conseguía, a pesar de su herida, llegar hasta las posiciones germanas, lanzó un suspiro de alivio, descendiendo luego junto a sus hombres a los que relató, con voz emocionada, lo que había visto.

—Se ha portado como un valiente —resumió.

—Es verdad —dijo Dieter—. Nunca lo olvidaremos… pero no podemos permanecer indiferentes aquí. Sin agua y sin comida, estamos listos.

Swaser, como siempre, intentó dar ánimos a sus hombres.

—Haremos algo, chicos. Pero dejemos que pase esta maldita noche. Creo que los rusos acabarán por cansarse de tanta pantomima. De todos modos, en cuanto llegue el alba, saldremos de aquí, pase lo que pase. Intentaremos escapar antes de que nos falten las fuerzas para hacerlo.

—¿Y crees que durante el día será más fácil? —preguntó Dieter.

—No me refiero al día… día… hay un momento, en el alba, cuando llega la bruma del río, en que las condiciones de escapar me parecen óptimas. Ni siquiera con sus cochinas bengalas podrán vernos.

—Me parece una excelente idea.

—Ahora, lo mejor es descansar un poco —dijo el sargento—. Debemos acumular todas las energías posibles…

No supo nunca si los otros consiguieron conciliar el sueño. Él, Ulrich, permaneció con los ojos abiertos, la mirada clavada en las parpadeantes estrellas.

La calma que reinó durante la noche convenció al suboficial que algo se estaba preparando.

Había conocido demasiadas situaciones semejantes para no comprender que aquella quietud mineral ocultaba una seria tormenta. Lo importante hubiese sido poder saber de qué lado iba a estallar.

«Si son los rusos los que contraatacan —pensó con un estremecimiento—, estaremos fritos, ya que seremos los primeros en caer en sus manos…».

Dejándose llevar por los pesimistas pensamientos que desfilaban por su mente, Swaser se preguntó cómo serían los campos de prisioneros de los rusos. Lugares horribles, sin duda alguna, donde el mayor deseo de los desdichados encerrados en ellos sería la espera de una muerte liberadora…

Se puso en pie un poco antes del alba.

Entonces, bruscamente, un rugido feroz vino del cielo y a la luz difusa del día que nacía, por encima de la niebla que se arrastraba ya a ras del suelo, Swaser vio las escuadrillas de Junkers que se dirigían directamente hacia la fábrica de cañones.

No tuvo que despertar a sus hombres.

El zumbido potente de los motores de los aparatos, seguidos de cerca por el rugido salvaje de las primeras explosiones, pusieron en pie al pelotón que, al percatarse de lo que ocurría, gritaron como locos su alegría.

Quince minutos más tarde, las tropas alemanas llegaban al foso. Hubo escenas emocionantes y Swaser y sus hombres se vieron abrazados por hombres a los que apenas conocían.

* * *

—No nos hace falta descansar, mi capitán —sonrió Swaser con la boca llena—. Era el estómago lo que gritaba…

—Coman. El teniente Olsen se ha adelantado ya con su sección. No creo que unos minutos más tengan tanta importancia. Ya comprenderá usted, sargento, que era usted el único al que podía confiar la sección.



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