Salto al vacío by Melinda Leigh

Salto al vacío by Melinda Leigh

autor:Melinda Leigh [Leigh, Melinda]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2021-03-16T00:00:00+00:00


CAPÍTULO 19

—Tenemos que revisar el resto de la finca —dijo Bree.

Matt le señaló el brazo, vendado con torpeza.

—Tienes que cuidarte esa herida.

—Lo haré.

Pero primero examinaría la escena del crimen.

Salieron al exterior y observaron las inmediaciones. Una amplia zona para aparcar abarcaba la distancia entre la casa y el garaje. Casi media hectárea de exuberante césped salpicado de árboles rodeaba los dos edificios y daba paso a un prado con bosques más espesos a lo lejos. No se veía ningún ser vivo, salvo un par de murciélagos que sobrevolaban la pista de tenis. Un búho ululó en la distancia. Se oyó un chirrido de neumáticos cuando llegó el vehículo de otro ayudante del sheriff.

—Aquí no hay muchos sitios donde esconderse —dijo Bree—. Al menos hasta llegar al bosque.

Calculó la distancia. Si alguien disparaba, necesitaría un rifle de francotirador para ser una amenaza desde allí.

—No vimos al tirador entrar o salir. Debió de llegar desde el prado.

Matt sacó el teléfono móvil.

—Según la aplicación de mapas, hay una carretera al otro lado de esos bosques.

Bree examinó el suelo.

—No veo huellas.

Se dio la vuelta y examinó la casa. Debía de tener una extensión de dos mil metros cuadrados. La mujer de Paul lo había dejado y sus hijos se habían ido a la universidad, pero no podía dar por sentado que la casa estuviese vacía.

Bree asignó a un ayudante la labor de acordonar el garaje y comenzar un registro de la escena del crimen, anotando los nombres de todos aquellos que accediesen al lugar de los hechos. Ella, Matt y los dos ayudantes adicionales se dirigieron a la parte delantera de la casa. La puerta estaba cerrada con llave. La sheriff se asomó a mirar a través de un estrecho cristal junto a la puerta. No había nadie en el vestíbulo.

Bree pulsó el timbre y una campanilla resonó en el interior.

No hubo respuesta. Volvió a tocar el timbre, luego llamó con fuerza a la puerta con los nudillos y gritó:

—¡Departamento del sheriff!

Nada.

—¡Vamos a entrar! —advirtió Bree.

Rompió uno de los cristales con la culata de su pistola, metió la mano y abrió el cerrojo. Entraron en la casa con las armas desenfundadas. En un lado del vestíbulo, una escalera conducía a la planta de arriba. Bree indicó a los ayudantes que subieran al segundo piso.

Bree y Matt se dirigieron a la izquierda hacia un salón. Atravesaron la puerta y, con los brazos extendidos, desplazaron las armas de una esquina a otra.

—¡Despejado!

Bree giró sobre sus talones.

Cruzaron el vestíbulo hasta el comedor y repitieron el proceso.

Matt se puso de espaldas contra la pared.

—¡Despejado!

Bree avanzó por el pasillo hasta una cocina y un salón más espacioso que toda la primera planta de su casa. Elegantes y modernas, las habitaciones tenían pocos muebles y cachivaches. Una chimenea de mármol ocupaba el centro de la estancia. En la parte trasera de la casa, unos amplios ventanales y dos puertas dobles mostraban las vistas del césped, el prado y el bosque de detrás. La isla de la cocina era una losa de mármol blanco del tamaño de la puerta del granero de Bree.



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