Rosa la Sanguinaria by Nicholas Eames

Rosa la Sanguinaria by Nicholas Eames

autor:Nicholas Eames [Eames, Nicholas]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras, Fantástico
editor: ePubLibre
publicado: 2017-01-01T00:00:00+00:00


32

Lo que acecha en las profundidades

Tam se apoyó en la barandilla del Espuma de mar y vio cómo los demás bajaban por la ladera en dirección al hielo. Roderick se colocó junto a ella, acurrucado en una voluminosa capa de piel para protegerse del frío y con su ridículo sombrero de colas de zorro.

—¿Preocupada? —preguntó el agente.

—Claro que estoy preocupada.

—Pues no lo estés —le dijo Roderick—. No me gustan mucho las apuestas, pero creo que…

—Esta mañana apostaste con Cirrolibre a que cabías dentro de la hielera —dijo ella.

—Sí, es verdad, pero…

—Y ayer apostaste con Cura a que podías llegar de un lado al otro del barco con un escupitajo.

—Impresionante, ¿verdad?

—Y anoche apostaste con Brune a que eras capaz de comerte un puñado de cristales…

—¡Si apuestas sobre comida con un sátiro, tienes las de perder!

—¡Los cristales no son comida!

—Vale, sí. Lo pillo. Puede que tenga algún que otro problemilla con el juego, pero lo que quiero decir es que siempre gano. Y te digo que Rosa la Sanguinaria es una apuesta segura, siempre.

—¿Incluso contra el Simurg?

—Contra todo el puto mundo —dijo—. Mira y verás.

Tam esperaba que el agente tuviese razón. Recordó de repente la puerta entreabierta del capitán y esa presencia invisible con la que se había encontrado abajo. Estuvo a punto de decírselo a Roderick, pero justo en ese momento aparecieron Doshi y Hawkshaw para reunirse con ellos en la barandilla.

—Mirad —dijo el capitán—, si esto sale mal, quiero que bajéis cagando leches y os agarréis a algo. Ese bicho nos dejó marchar la última vez, pero no creo que vea con buenos ojos que de nuevo traigamos mercenarios a la puerta de su casa.

Roderick se atusó la barba.

—¿Crees que el Comedragones es macho?

El capitán se encogió de hombros.

—Pues supongo.

—Te apuesto diez marcoronas a que es hembra —dijo el sátiro.

Tam le dio un golpe en el brazo.

—¡Roderick!

—¿Qué? Ah, sí… Está claro que tengo un problema con el juego.

Los cuatro se quedaron en silencio durante un rato mientras miraban la entrada a la guarida del monstruo y a la banda de mercenarios cruzando el lago helado. Doshi terminó por gruñir y empezó a morderse una uña.

—¿Qué pasa? —preguntó Tam.

—¿Hum? Oh, nada. —Se hizo un largo silencio—. Es solo que…

—En serio. ¿Qué pasa?

—Bueno, pues que apostaría las velas del navío a que el Simurg ya sabe que están ahí. —Se rascó debajo de las gafas de piloto—. ¿Por qué no ha salido de ahí ese bicho?

—Esa bicho —murmuró Roderick debajo de la bufanda.

—Quizá no esté ahí dentro —sugirió Tam. Una parte de ella esperaba que fuese cierto. Una gran parte de ella.

Doshi frunció el ceño.

—Yo diría que…

—Allí. —La voz de Hawkshaw hendió la del capitán como una espada que atravesase un hueso. El alcaide señalaba hacia la banda—. Está allí.

—¿Dónde?

Tam entrecerró los ojos para evitar las ráfagas de aire. Unas nubes de tormenta flotaban en las alturas, sobre la superficie helada de Laguna Espejo, y formaban corrientes a su paso. El hielo brillaba como la plata pulida en las partes despejadas, aunque en aquel momento una nube ocultó el sol y surcó los cielos a toda prisa.



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