Reinos olvidados - 1 - Las tablas del Destino by Awlinson Richard

Reinos olvidados - 1 - Las tablas del Destino by Awlinson Richard

autor:Awlinson, Richard [Awlinson, Richard]
Format: epub, mobi
Tags: Desconocido
editor: Desconocido
publicado: 2009-11-08T04:34:20+00:00


Kelemvor guardó silencio. Medianoche suspiró. —¿Qué te ofrezco en esta ocasión, Kel, lo mismo? Kelemvor agachó la cabeza.

—Tiene que ser diferente cada vez.

—¿Qué otra cosa puedo darte? —Medianoche puso una mano en la mejilla del guerrero.

Kelemvor cogió toscamente la mano de Medianoche y la apartó de sí y evitó su abrazo.

—¡Lo que importa no es lo que yo desee, sino lo que tú estés dispuesta a darme! La recompensa tiene que ser algo que tenga valor para ti, pero que merezca lo que debo hacer para ganármela.

Medianoche apenas podía contener su cólera. —¡Lo que hay entre nosotros tiene mucho valor para mí! Kelemvor se volvió a mirarla y asintió con la cabeza. —Sí. Y para mí.

Medianoche se aproximó al guerrero, pero se detuvo antes de estar demasiado cerca como para tocarlo.

—Por favor, dime lo que pasa. Puedo ayudarte... —Nadie puede ayudarme.

Medianoche miró a Kelemvor. Allí estaba la misma violenta desesperación que había visto en sus ojos en el castillo de Kilgrave. —Hay condiciones —dijo Medianoche.

—Dime cuáles.

—Vendrás con nosotros. Nos defenderás a Cyric, a Adon y a mí de cualquier ataque. Nos ayudarás a preparar la comida y a montar el campamento. Nos informarás

sobre cualquier cosa relacionada con nuestra seguridad y bienestar, aunque se trate sólo

de una opinión tuya. —Medianoche respiró hondo—. Y cumplirás cualquier orden directa que yo te dé.

—¿Y mi recompensa? —quiso saber Kelemvor. —Mi nombre verdadero. Te diré mi nombre verdadero después de haber hablado con Elminster en el valle de las Sombras. —Esto bastará —dijo Kelemvor acompañando sus palabras con una inclinación de cabeza.

Los aventureros viajaron el resto del día, volviendo a su práctica anterior de compartir dos caballos. Por la noche, después de haber instalado el campamento y haber cenado, Medianoche no fue al encuentro de Kelemvor. Por el contrario, se sentó junto a Cyric y le hizo un rato de compañía mientras éste montaba guardia. Estuvieron charlando de los lugares que habían visto, si bien ninguno de los dos contó en ningún momento lo que había hecho en aquellas tierras extrañas. Sin embargo, Medianoche no tardó en sentirse cansada y dejó a Cyric; cayó en un sueño profundo y reparador, pero al cabo de poco rato la sobresaltó la imagen de un espantoso animal negro con relucientes ojos verdes y una boca babeante llena de blancos colmillos. Se despertó sobrecogida y por un momento creyó ver unas llamitas azuladas que se movían por la superficie del amuleto. Pero aquello era imposible. La diosa había vuelto a tomar posesión del poder y la diosa había muerto. La maga oyó un ruido y cogió el cuchillo. Kelemvor estaba de pie junto a ella. —Te toca hacer la guardia —dijo él, para luego desaparecer en la oscuridad de la noche.

Cuando Medianoche se sentó junto al fuego, escudriñó la oscuridad en busca de algún vestigio de Kelemvor, pero nada. A unos metros, Cyric daba vueltas y se agitaba en su sueño, sin duda atormentado por alguna pesadilla personal. Adon no podía conciliar el sueño. Estaba trastornado por el secreto que, sin querer, había descubierto.



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