Raine by Margotte Channing

Raine by Margotte Channing

autor:Margotte Channing [Channing, Margotte]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Romance fantástico
publicado: 2019-11-25T23:00:00+00:00


Raine se desperezó y se pasó la mano por la tripa intentando calmar los sonidos que salían de él debido al hambre. Wulf no había vuelto, aunque tampoco sabía cuánto hacía que se había marchado; se aseó como pudo con el agua fría del cubo y se vistió guardando de nuevo junto a su pecho los documentos que le había dejado su padre. Había pensado leerlos en cuanto se despertara, pero necesitaba comer algo antes. Con ese único pensamiento en la cabeza bajó a la sala donde daban las comidas en la posada e imaginaba que estaría Wulf. Y allí estaba, de hecho, sentado al final de la sala en compañía de una mujer muy atractiva. Raine se quedó rígida y con cara de tonta, o al menos eso le parecía que debía tener, y estuvo a punto de no entrar, pero su orgullo le impidió dar media vuelta y marcharse, por eso, entró y se sentó en la mesa que había junto a la entrada, lo más lejos posible de la pareja.

Wulf la vio en el umbral y estuvo a punto de levantar la mano para que se uniera a ellos, pero vio su gesto de disgusto y se imaginó lo que estaba pensando, y apretó la mandíbula apartando la mirada de ella. Lo peor de todo era que Raine no quería tener ninguna relación con él aparte de unos revolcones en la cama, o eso decía y, sin embargo, Otkala, la mujer que lo acompañaba, había sido durante años una buena amiga con la que además pasaba muy buenos ratos en la cama. Ese era el acuerdo al que habían llegado hacía tiempo y que los dos habían respetado, pero eso tenía que cambiar y debía ser sincero con ella.

—Otkala, hay algo que quiero contarte.

La pelirroja lo miró mientras saboreaba un trozo de pan con manteca. Muchas veces, sus desayunos habían sido el preludio de unos estupendos encuentros sexuales, aunque para él eso se había terminado. Wulf le tenía mucho cariño, pero, ahora, él pertenecía a una morena testaruda que estaba sentada a cuatro mesas de distancia.

—Dime. —Los ojos claros de su amiga parecían saber lo que quería decirle.

—Hay una… —dudó, escogiendo sus palabras porque no quería hacerle daño.

—¿Mujer? —Otkala sonrió burlonamente, terminando la frase por él.

—Sí, acaba de entrar y se ha sentado en la primera mesa, lo más lejos posible de nosotros. Pero no te des la vuelta, no quiero que se enfade más aún, ya me va a costar bastante explicarle todo esto.

Le sorprendió ver que Otkala no parecía enfadada, sino aliviada. Se echó hacia atrás en la tosca silla de madera con la rebanada de pan en la mano y lo miró con cariño.

—Es una buena noticia, Wulf. Necesitas enamorarte de una mujer que no te deje hacer todo lo que quieres. Hace mucho tiempo que mandas sobre todo el mundo, en el ejército, a los amigos con los que vives en la isla… incluso lo has intentado conmigo. —Él soltó una carcajada irónica—. Te echaré mucho de menos.



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