Quince años by Ramiro Pinilla

Quince años by Ramiro Pinilla

autor:Ramiro Pinilla [Pinilla, Ramiro]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 1990-05-02T00:00:00+00:00


Dos días después la madre sufrió su primer error en sesenta y cinco años e hizo la primera salida a la calle a las nueve en vez de a las ocho. El maestro lo interpretó como la entrada en una nueva era y pensó que desde algún sitio le marcaban que no volviera a la escuela, porque desayunando a las nueve no se podía llegar a clase a las nueve.

Se sentó ante el tazón de leche humeante, acosado por las paredes que transmitían el aguacero de la calle. Cortó por la mitad con el cuchillo su chusquito de pan negro y empezó a botar en el líquido fragmentos del tamaño de un güito.

—Ya ves que lo de dentro del cuenco es blanco —dijo la madre—. No tenemos café.

El maestro no lo había advertido y sólo lo sintió por ella. Se negó a pensar en un futuro sin empleo. Al empuñar la cuchara para cargarla con la primera sopa le llegó la voz inalterable de su madre:

—A la maestra le han pelado la cabeza.

—¿Qué? —roncó el maestro, con la cuchara suspendida a medio camino.

—Que a la maestra le han pelado la cabeza.

—¿No lo habrás soñado?

—Si lo hubiera soñado sabría más detalles.

—¿Quién te lo ha dicho?

—Ya corre por todo el pueblo. Ayer tarde la sacaron de la escuela y la pelaron.

El maestro dejó la cocina y entró en su cuarto para vestirse antes de haber tomado una decisión. Se metió en su jersey gordo, luego en su tabardo de pana, se echó la boina a la cabeza, y en el cuartillo de los trastos del pasillo se calzó las botas altas de goma, y aún no había decidido nada. Se vio en la escalera con el paraguas que acababa de entregarle su madre junto a su recomendación: «Dile a alguien de confianza que nos adelante unos perdigones de café». En la calle tomó el camino de la casa de su novia y entonces se dijo que estaba siguiendo un impulso, no una decisión. A los treinta pasos levantó mecánicamente la cara del suelo para contemplar el edificio que había sido su escuela durante dieciocho años. Descubrió a alumnos de ambos sexos helados. «Hoy no tenéis maestra». Las cuatro palabras percutieron su interior. Se asomó a la puerta de verja para elevar la voz y decirles que marcharan a sus casas, teniendo que apartarse para dar paso a la desbandada.

La señorita Mercedes vivía en la parte baja de las barreras del ferrocarril Bilbao-Plencia que cruzaba la carretera general, en una casita de dos plantas junto al chamizo donde su padre fabricaba hielo. El maestro se internó en el callejón y levantó los ojos a las dos ventanas de la fachada. Como en un cuadro de medio cuerpo enmarcado por el bastidor descubrió a Anaconda, como esperándole. Por no saber adonde mirar el maestro no apartó los ojos de ella y los animales de su ombligo despertaron por primera vez aquel día. «Es imposible. No ocurrió. Es un mal sueño de la guerra», pensó, moviendo los labios para marcar cada sílaba de su pensamiento.



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