Querido capullo by Virginie Despentes

Querido capullo by Virginie Despentes

autor:Virginie Despentes [Despentes, Virginie]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 2022-01-01T00:00:00+00:00


ZOÉ KATANA

Compañeras feministas, os leo cuando habláis del cine: ¿cuándo vais a dejar de jugar a la Marie Kondo del séptimo arte denunciando a tres realizadores violadores que habría que evitar a toda costa? Nosotras creemos que sería más eficaz pegarle fuego al edificio entero. Y cuando se denuncia públicamente a un violador, en lugar de enviarlo a los tribunales, exigimos mejor terapia de grupo. Que cada persona que ha visto y no ha dicho nada, que cada persona que recuerda pero no ha hablado pueda expresarse, disculparse, enmendarse. Y sobre todo, cambiar de profesión cuanto antes mejor. Nos hablan de «fábrica de sueños» y nos quedamos con la palabra «sueño», cuando la que cuenta es la palabra «fábrica». Una fábrica para producir la noche cerrada. El cine es inasequible a la empatía. Paradójico, cuando se jacta de captar la emoción en primer plano.

Ahora que me he hecho amiga de una estrella del cine, he visto las películas en las que actúa. Y me ha parecido sublime. Que nunca le hayan concedido un premio a la mejor interpretación me parece una consagración de su obra, la prueba de su genialidad.

Como había conseguido unos códigos para ver películas, decidí continuar. Y entendí por qué nunca iba al cine. Esa falsa conciencia de inmersión reproducida artificialmente y anexada siempre a los deseos del uno por ciento de los más ricos. El cine está diseñado para tranquilizar a las grandes fortunas que lo financian. Lo que quieren crear es el arte de producir la realidad.

¿Cómo se define un maestro? Un maestro es aquel que decide lo que existe. Quién entra en el cuadro y en qué condiciones, y quién se queda fuera, del lado de las máquinas, del atrezzo y de la gente pequeña. El cine viene a satisfacer a sus amos. Es una cadena de humillaciones. Cada uno comprueba su poder a su nivel. Para vengarse. Su industria no da el pego, señores. Sus películas huelen a desgracia y a obediencia y a siniestra propaganda.

Cuando trabajaba en la industria editorial, pude observar de cerca la venta de los derechos de adaptación, y ahí entendí lo que era una película. Un proyecto sometido a decenas de aprobaciones sucesivas. Y adivina qué: todas esas aprobaciones son emitidas por hombres blancos hasta las orejas de pasta. Y todos esos hombres blancos hasta las orejas de pasta son unos pedazos de hijos de puta. La peor clase de palurdos asquerosamente incultos, los más tontos, los herederos tarados y los acomplejados imbéciles. Todo eso es lo que da luz verde a cada paso del proceso. Supongamos que, en medio de todo ese barullo, surge una buena idea: la localizan y se aseguran de convertirla en una tontería siniestra.

Y nosotras, el público, nos tragamos todo lo que nos han preparado. El espectáculo de nuestra exclusión. Edades, cuerpos, clases, razas… ellos seleccionan y nosotras lo incorporamos como modelo, a través de los ojos, a través de los oídos. Nos comemos nuestra propia vergüenza por no estar allí. La gran pantalla es ese lugar donde no estás representada.



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