Pedro Paramo by Juan Rulfo; Juan Rulfo
autor:Juan Rulfo; Juan Rulfo
La lengua: es
Format: mobi
publicado: 2010-01-31T23:00:00+00:00
âAllá afuera debe estar variando el tiempo. Mi madre me decÃa que, en cuanto comenzaba a llover, todo se llenaba de luces y del olor verde de los retoños. Me contaba cómo llegaba la marea de las nubes, cómo se echaban sobre la tierra y la descomponÃan cambiándole los colores . . . Mi madre, que vivió su infancia y sus mejores años en este pueblo y que ni siquiera pudo venir a morir aquÃ. Hasta para eso me mandó a mà en su lugar. Es curioso, Dorotea, cómo no alcancé a ver ni el cielo. Al menos, quizá, debe ser el mismo que ella conoció.
âNo lo sé, Juan Preciado. HacÃa tantos años que no alzaba la cara, que me olvidé del cielo. Y aunque lo hubiera hecho, ¿qué habrÃa ganado? El cielo está tan alto, y mis ojos tan sin mirada, que vivÃa contenta con saber dónde quedaba la tierra. Además, le perdà todo mi interés desde que el padre RenterÃa me aseguró que jamás conocerÃa la gloria. Que ni siquiera de lejos la verÃa . . . Fue cosa de mis pecados; pero él no debÃa habérmelo dicho. Ya de por sà la vida se lleva con trabajos. Lo único que la hace a una mover los pies es la esperanza de que al morir la lleven a una de un lugar a otro; pero cuando a una le cierran una puerta y la que queda abierta es nomás la del infierno, más vale no haber nacido . . . El cielo para mÃ, Juan Preciado, está aquà donde estoy ahora.
â¿Y tu alma? ¿Dónde crees que haya ido?
âDebe andar vagando por la tierra como tantas otras; buscando vivos que recen por ella. Tal vez me odie por el mal trato que le di; pero eso ya no me preocupa. He descansado del vicio de sus remordimientos. Me amargaba hasta lo poco que comÃa, y me hacÃa insoportables las noches llenándomelas de pensamientos intranquilos con figuras de condenados y cosas de ésas. Cuando me senté a morir, ella me rogó que me levantara y que siguiera arrastrando la vida, como si esperara todavÃa algún milagro que me limpiara de culpas. Ni siquiera hice el intento: "Aquà se acaba el camino âle dijeâ. Ya no me quedan fuerzas para más." Y abrà la boca para que se fuera. Y se fue. Sentà cuando cayó en mis manos el hilito de sangre con que estaba amarrada a mi corazón.
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