Patagonia express by Luis Sepúlveda

Patagonia express by Luis Sepúlveda

autor:Luis Sepúlveda [Sepúlveda, Luis]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Viajes
editor: ePubLibre
publicado: 1994-12-31T16:00:00+00:00


3

Ladislao Eznaola y sus hermanos menores, Iñaqui y Agustín, levantaron la casa principal de su estancia en la costa norte de un lago que en Chile se llama General Carrera y Buenos Aires en el territorio argentino. Unas mil cabezas de ganado vacuno y otras cinco mil de bovino pastan en las seis mil hectáreas de su propiedad. Viven de la ganadería y de comerciar otros productos llegados por mar desde el norte chileno y que transportan en las vigorosas «chatas», camionetas de gran capacidad de carga, hasta las dos balsas que tienen en el lago.

Los habitantes de Perito Moreno y otros poblados de la Patagonia argentina reciben con alivio las balsas de los Eznaola, sobre todo en los largos meses de invierno, cuando los caminos se tornan intransitables y dejan de recibir suministros de Puerto Deseado o Comodoro Rivadavia, ciudades de la costa atlántica.

Ladislao me saluda con un efusivo abrazo, y le pregunto por su padre, el legendario Viejo Eznaola.

—Sigue en lo suyo. No cambia el viejo. Nunca va a cambiar. Y ya cumplió ochenta y dos años —indica con un tono entre divertido y preocupado.

«Lo suyo» es la navegación. El Viejo Eznaola es otro vagabundo del mar, pero diferente de los chilotes. Navega por los canales buscando un barco fantasma, que puede ser el Caleuche, versión austral del Holandés Errante, o el Cacafuego, una nave de corsarios ingleses condenada a vagar eternamente por los canales, sin poder salir jamás al mar abierto, presa de una maldición porque sus tripulantes se amotinaron y asesinaron a dos capitanes. Esta maldición se prolonga durante más de cuatrocientos años, y el Viejo Eznaola considera que los infelices ya han padecido demasiado. Por eso recorre los canales en su cúter adornado con gallardetes de amnistía. Los busca para guiarlos, como un práctico, hasta la gran libertad del mar.

—Sírvase. Déjese hacer cariños —dice Marta, la mujer de Ladislao, entregándome un plato con dos empanadas.

Saludo a las señoras de la estancia. Marta es veterinaria; Isabel, la mujer de Iñaqui, es profesora y se encarga de educar a la nueva generación de Eznaolas y a los demás niños de la estancia. Flor, la mujer de Agustín, es ya una leyenda en la Patagonia. Trabajaba como enfermera en el hospital de Río Mayo, en Argentina. Agustín vivió siempre enamorado de ella, pero jamás se atrevió a confesarle sus sentimientos. La veía una vez al año y tras cada visita su amor crecía hasta casi reventarle el pecho. Un día supo que Flor se casaba con un empleado de banca. Agustín trepó a su «chata», cargó también la guitarra y pidió a sus hermanos y cuñadas que embellecieran la casa porque regresaría con la mujer de sus sueños.

Llegó a Río Mayo el domingo de la boda y, con la guitarra en las manos, se instaló en la iglesia a esperar a la mujer a quien amaba. Flor aparecio vestida de novia, acompañada de sus padres. El novio no tardaría en presentarse. Agustín le pidió que lo escuchara sin decir nada hasta la llegada del novio.



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