Orient Express - El tren de Europa by Mauricio Wiesenthal
autor:Mauricio Wiesenthal [Wiesenthal, Mauricio]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Viajes, Historia
editor: ePubLibre
publicado: 2020-10-01T00:00:00+00:00
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Viajo en el coche cama 3553: un carruaje francés que, ya en los años cuarenta, circuló en el Orient-Express. Estuvo también en el Nord Express, hasta que âsiguiendo la historia de casi todos los grandes vagones europeos âacabó su vida en España, en el trayecto de Madrid a Irún. Las marqueterÃas, con sus flores estilizadas, son una joya delicadÃsima. Y, en los paneles de madera oscura del compartimento, destacan los dibujos de unos lirios atigrados, diseñados por Nelson.
MÃster Moulton, el conductor de mi vagón, uniformado de azul claro, se presenta y me indica con extrema cortesÃa que, en cualquier momento del dÃa o de la noche, no tengo más que reclamar sus servicios, si necesito cualquier cosa para viajar más seguro y cómodo. El compartimento resplandece, limpio, ordenado, bien bruñido y barnizado. Miro a mi alrededor, y le doy las gracias, porque todo está perfectamente dispuesto en la cabina: mi equipaje de mano âel más pesado viaja en el furgónâ, la copa de champagne (es una cortesÃa de Belmond, la famosa compañÃa hotelera que administra el tren), las botellas de agua, los cojines, las toallas bordadas con las iniciales VSOE (Venice Simplon-Orient-Express), los objetos de aseo con un nécessaire de color blanco, la bata con su elegante tejido art déco, las zapatillas, los itinerarios del viaje y las revistas para entretener el trayecto.
Por la ventanilla se distinguen ya las pequeñas granjas francesas de la región de PicardÃa, mientras nos acercamos al bosque de Crécy y al rÃo Somme.
Para recibir el aire fresco y escuchar mejor el rapeo del tren (clickety-clack, clickety-clack), bajo la ventanilla, moviendo una manivela que funciona tan bien engrasada como cuando se construyó el vagón, hace casi cien años. Estiro las piernas caminando un poco por el pasillo, disfrutando las marqueterÃas, que toman ya los reflejos anaranjados del atardecer.
Me gustan los trenes y los barcos, porque permiten andar. Y me angustia el avión, porque obliga a viajar atado. Ahora ocurre también con los automóviles. Creo que para matar a un hombre no hace falta atarlo primero; o como dirÃa Winston Churchill: «Siempre se puede liquidar a alguien, pero con educación».
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