Ocho millones de dioses by David B. Gil

Ocho millones de dioses by David B. Gil

autor:David B. Gil [Gil, David B.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2019-04-30T16:00:00+00:00


* * *

El Kudō Kenjirō que regresó al campamento esa tarde poco se parecía al que partió por la mañana al combate; montaba con la cabeza gacha y se bamboleaba sobre la silla como un cadáver sujeto por cuerdas. Aun así, al verlo, Martín Ayala sintió una oleada de alivio que arrastró la preocupación que había anidado en su pecho durante todo el día.

Se aproximó a Kenjirō y le tendió la mano para ayudarlo a desmontar. Este la aceptó y, al echar pie a tierra, se vio sorprendido por el abrazo del jesuita, que lo estrechó sin pudor. Al poco, Ayala se apartó y lo saludó con una profunda reverencia:

—Discúlpame, así se saluda entre mi gente a quien regresa de un largo viaje.

El samurái asintió y le devolvió la reverencia.

—Otros han partido hoy en un viaje más largo que el mío —dijo sin levantar la mirada del suelo—. Espero que el dios crucificado les sea benévolo.

Tratando de rehuir la emoción que comenzaba a embargarle, Ayala se llevó la mano a la sien, allí donde Kenjirō mostraba un vendaje empapado en sangre:

—¿Qué es eso? No parece una menudencia.

—No tiene importancia —lo tranquilizó Kenjirō, mientras recogía el cuenco a rebosar que un aguador le había ofrecido—. Ruego a los kami por que en las batallas que están por venir todas mis heridas sean como esta. —Y alzó el recipiente empapado antes de beber.

Ayala quiso responder que ojalá no quedaran batallas por venir, pero calló al percatarse de que un extraño se había arrodillado a unos pasos de distancia, aguardando a que concluyeran su conversación. Se trataba del padre de Taro. Al ver que habían reparado en su presencia, se puso en pie y saludó con una profunda inclinación:

—Mi nombre es Shintaro. El caballero me conoce, pero no había tenido oportunidad de presentarme como es debido.

Kenjirō asintió, aunque el hombre mantenía la cabeza gacha y no podía verle.

—He venido a agradecerle lo que hizo por mi hijo. Aunque muriera en la batalla, quiero pensar que trajo algo de luz a sus últimos momentos. —El ashigaru tragó saliva—. También vengo a devolverle el rosario que usted le entregó.

Kenjirō recogió el puñado de cuentas manchadas de barro y observó el maltrecho crucifijo en la palma de su mano. Uno de los dos brazos que cruzaban el palo central se había quebrado, rota su peculiar simetría.

—No esperaba que me fuera devuelto. Mi intención era que tu hijo lo conservara allá donde fuera, estoy seguro de que Ayala-sensei habría estado de acuerdo.

El hombre le dio las gracias inclinándose aún más, pero al poco el llanto lo estremeció y cayó de rodillas al suelo. A su alrededor el campamento hervía con el trasiego posterior a la batalla, ajeno al dolor de un hombre que había tenido la desdicha de verse obligado a llevar a su hijo a la guerra.

Ayala se inclinó junto a él y recitó: «Per signum Sanctae Crucis de inimicis nostris libera nos, Domine Deus noster. In nomine Patris, et Filii, et Spiritus Sancti. Amen». Trazó



descargar



Descargo de responsabilidad:
Este sitio no almacena ningún archivo en su servidor. Solo indexamos y enlazamos.                                                  Contenido proporcionado por otros sitios. Póngase en contacto con los proveedores de contenido para eliminar el contenido de derechos de autor, si corresponde, y envíenos un correo electrónico. Inmediatamente eliminaremos los enlaces o contenidos relevantes.