No soy un libro - Los trenes de verano by José María Merino

No soy un libro - Los trenes de verano by José María Merino

autor:José María Merino [Merino, José María]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Ciencia ficción
editor: ePubLibre
publicado: 1992-04-23T00:00:00+00:00


CAPÍTULO 10

l tren dejó la vía principal y, tras cruzar unos desmontes, se internó en una enorme planicie cubierta de hierba, que rodeaban a lo lejos nutridas masas de arbolado. En el centro de aquel gran espacio se alzaban varias construcciones blancas, alineadas en grupos de dos, y la vía concluía muy cerca de ellas.

Alrededor del tren y de las edificaciones se distribuyeron los soldados, vigilando con sus armas el descenso de los viajeros y su instalación. Los edificios olían a pintura fresca y en alguno de ellos trabajaban todavía fontaneros y electricistas.

—Parece recién hecho —dijo Marta.

—Así es —repuso el intérprete—. Aunque se ha aprovechado la sede de un antiguo campamento juvenil, casi todo es nuevo. Hasta la vía. Han construido esta desviación en veinticuatro horas.

—Esto parece un campo de concentración —exclamó Pedro.

—No es justo que diga eso —dijo el intérprete—. Es solamente un lugar aislado, pero serán ustedes tratados con respeto.

Marta ocupó un dormitorio con otras muchachas. Tras su acomodo les dieron de comer y les explicaron que iban a comenzar inmediatamente los interrogatorios, con objeto de aclarar todas las incongruencias que planteaban, entre otros datos, sus pasajes de tren y sus documentos de identificación.

La persona que les hablaba —a través del intérprete— añadió que aquella detención no se debía a sospecha de delito, sino que había sido dispuesta por el supremo órgano judicial de la Unión, dentro de la emergencia que atravesaba todo el planeta. Por último, una mujer de pelo blanco que estaba presente se identificó como representante de una oficina pública para la protección de sus derechos y les aseguró que estaban acogidos a su tutela.

Marta fue una de las primeras personas en ser interrogada. Su interrogatorio duró casi dos horas aquella misma tarde y continuó a lo largo de toda la mañana del día siguiente. Cuando concluyó, una Marta desorientada y perpleja intentaba recuperar la serenidad, sin conseguirlo.

Pedro la encontró en la sala común de su pabellón, reclinada en uno de los asientos, con los brazos cruzados y la mirada distraída. Tenía en el regazo su agenda abierta, pero no escribía.

—Cuéntamelo todo —le pidió Pedro.

—Estoy muy cansada. No tengo ganas de hablar.

—Pero es necesario que yo sepa qué te preguntaron. Tienes que hacer un esfuerzo.

Marta descruzó los brazos y se agarró las manos.

—¿Recuerdas lo que decía Piri, su sospecha de estar soñándolo todo? Ahora soy yo quien tiene la tentación de pensar que todo esto es un sueño.

—Cómo fue —insistió Pedro.

—Había cuatro o cinco personas. Estaba también Paul.

—¿Paul?

—El intérprete se llama Paul.

La mirada perdida de Marta se posó al fin en él y tuvo un pequeño sobresalto, como si le viese por vez primera. Guardó una pausa, antes de continuar hablando.

—Ahora todo el absurdo que hemos ido encontrando se desvanece. Resulta que somos nosotros los absurdos.

—Qué dices.

—Éste no es el mundo que conocemos. Por alguna razón inexplicable, todo ha cambiado. Empezaron preguntándome de dónde había sacado esos mapas y la información que venía junto a ellos, en la agenda. Les dije la verdad, que me la había regalado mi padre, en Madrid.



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