Nazarí by Mario Villén Lucena

Nazarí by Mario Villén Lucena

autor:Mario Villén Lucena [Villén Lucena, Mario]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2020-06-16T16:00:00+00:00


Arjona. Verano de 1228

Muhammad entró en la sala templada y se sentó junto a su hermano y su padre en un banco de ladrillo. Enseguida un mozo derramó un caldero de agua sobre el suelo caliente, que produjo un denso vapor y aumentó la sensación de calor. Sobre otro banco, un hombre se dejaba arreglar el pelo por el barbero. Las lumbreras dejaban entrar la luz de la mañana.

—No he dormido nada —dijo el mayor de los Nasr. Lucía ojeras que confirmaban sus palabras—. La pequeña Fátima no ha parado de llorar.

Ibn al-Ahmar había cumplido con su palabra. Aisha se había quedado embarazada y hacía pocos meses que había dado a luz a una niña a la que, en recuerdo de la madre de los Nasr, habían puesto el nombre de Fátima.

—La hemos oído todos —comentó Ismail—. Vete preparando, que el año que viene serán dos, con suerte tres, o incluso cuatro si te empeñas con la cristiana. —Los hombres rieron. Aisha estaba de nuevo encinta.

—¿Hay nuevas esta mañana? —preguntó Muhammad.

—Ibn Hud está en Murcia —informó Ismail—. Ha vencido a los walís almohades y los murcianos le han abierto las puertas de la ciudad. Todos hablan de él.

La sublevación de Ricote se seguía con interés en todo al-Ándalus. Ibn Hud se había convertido en una esperanza para muchos, un héroe con capacidad suficiente como para torcer el rumbo del islam en la península. En las últimas semanas, el rebelde había sido proclamado emir de los musulmanes y había ganado una capital para su incipiente emirato.

—¿Y el alcaide? ¿Se sabe algo de él?

—¿Qué esperas? Seguirá siempre fiel al almohade —opinó Yusuf.

—Pues, si los rebeldes llegan hasta aquí, tal vez se vea obligado a dar la vida para demostrar su lealtad —soltó Ibn al-Ahmar.

El barbero terminó con su cliente y Muhammad se puso en pie para solicitar sus servicios. Ismail y Yusuf se quedaron pensando en lo que había dicho. De la entrada llegaban las voces de varios bañistas; el establecimiento se estaba llenando.

—Nos vamos vistiendo —le dijo Ismail a su hermano antes de salir.

Muhammad cerró los ojos y dejó que el barbero hiciera su trabajo.



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