Muriendo sin ti by Freya Asgard

Muriendo sin ti by Freya Asgard

autor:Freya Asgard [Freya Asgard]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Romántica
publicado: 2017-03-06T23:00:00+00:00


Capítulo 16

Rodrigo condujo al recién llegado hasta donde se encontraba la joven.

―Este caballero te busca ―le indicó a la joven.

―¿Quién es usted? No lo conozco.

―No, y debo admitir que eres diferente a como te imaginé.

―¿Cómo que me imaginó? ¿Quién es usted? ―interrogó incómoda.

―Te imaginé más parecida a tu madre, pero no. A tu padre...

―Claro, si lo hubiese conocido, sabría si me parezco a él o no. Sé que no me parecía a mi mamá.

―Tienes sus rasgos.

―¿Quién es usted? ¿Desde cuándo conocía a mi papá y a mi mamá?

―Desde siempre.

―¿Quién es usted?

―Mi nombre es Enrique Subercaseaux.

Si esperaba alguna reacción de la joven, no la obtuvo, al parecer, aparte de la coincidencia de apellidos, no le llamó la atención el nombre del anciano.

―¿Tu madre no te habló de mí?

―No. Apenas me habló de mi abuelo muerto. No me habló de otro pariente.

―¿Muerto? ¿No te dijo su nombre?

―No. Le tenía mucho rencor, así que solo lo llamaba “el viej...” ―Detuvo su explicación en el momento en el que Rodrigo le tocó el brazo para que se diera cuenta de lo que estaba diciendo y vaya si se dio cuenta―. ¿Usted es mi... abuelo?

―Así es, soy viejo, pero no estoy muerto ―respondió con un brillo de diversión en sus ojos.

―Lo siento ―se disculpó ella.

―No lo sientas, para ti soy un verdadero extraño. ¿Puedo verla? ―indicó al ataúd.

―Claro, es su hija, ¿no? Aunque tarde se acordó que tenía una.

―Nunca me olvidé.

―Pero la dejó botada.

El hombre la miró frunciendo las cejas y luego miró a Rodrigo con rostro interrogante. Rodrigo lo miró con significativa expresión.

―Hay cosas que tú no sabes ―indicó el anciano algo confuso.

―Hay cosas que las sé porque ella me las dijo, si no tengo la otra parte de la versión, es porque no había nadie que me la contara.

―Sé que es tarde para tu mamá, pero no para ti.

―Si espera que yo lo perdone así como así, siéntese, porque no será fácil, si mi mamá ahora está muerta es por su culpa, por la culpa de todos los que la abandonaron.

―¿Y no piensas que es un poco raro que todos la hayamos abandonado? ¿Nadie se interesaría ni un poquito por ella, por saber cómo estaba, por buscarla?

―Nadie la buscó.

El hombre negó con la cabeza con una gran tristeza. Rodrigo tomó del codo a Victoria.

―Vamos a la cocina, Victoria, debe calmarse.

La joven miró a su abuelo.

―¿Quiere un café?

―No, gracias, no te preocupes.

―Yo voy a tomar uno, permiso. Y pase a verla, no hay problema de mi parte.

Se tomó de la mano de Rodrigo y caminó con paso vacilante hasta la cocina.

―¿Por qué tiene que aparecer justo ahora? ―preguntó ella retirando una silla del camino con violencia.

―Tal vez se enteró de la muerte de tu mamá.

―Es que no debió venir, ¿a qué, a ver, a qué? Si no le importó su hija en vida, ¿qué tiene que venir a meterse ahora aquí? No tiene nada qué hacer aquí. Nada.

Decía al tiempo que sacaba una y otra taza, uno y otro plato, una y otra cuchara, uno y otro cuchillo, sin detenerse, molesta, enrabiada, casi enajenada.



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