Mundodisco 13 - Dioses menores by Terry Pratchett

Mundodisco 13 - Dioses menores by Terry Pratchett

autor:Terry Pratchett
La lengua: spa
Format: mobi
Tags: Humor
ISBN: 9788497592246
editor: Plaza & Janés
publicado: 2003-01-30T23:00:00+00:00


Simonía trotaba por el palacio. Nadie le prestaba demasiada atención. La mayor parte de la guardia efebiana estaba fuera del laberinto, y Vorbis le había dejado muy claro a cualquiera que pudiera estar pensando en atreverse a entrar lo que les ocurriría a los moradores del palacio. Grupos de soldados omnianos habían iniciado un saqueo de manera bastante disciplinada.

Además, Simonía estaba volviendo a su alojamiento.

Había una tortuga en la habitación de Brutha, sentada encima de la mesa, entre un pergamino enrollado y una tajada de melón mordisqueada y, en la medida en que era posible saberlo con las tortugas, estaba dormida.

Simonía la cogió sin más ceremonias, la metió en su mochila y se apresuró a volver a la Biblioteca.

Se odiaba a sí mismo por hacerlo. ¡Aquel idiota de sacerdote lo había estropeado todo! Pero Didáctilos se lo había hecho prometer, y Didáctilos era el hombre que conocía la Verdad.

Durante todo el camino hasta allí, Simonía había tenido la vaga impresión de que alguien estaba intentando atraer su atención.

—¿Puedes recordarlos con sólo mirarlos? —preguntó Urna.

—Sí.

—¿Todo el pergamino?

—Sí.

—No te creo.

—La palabra LIBRVM de fuera de este edificio tiene una melladura en la primera letra —dijo Brutha—. Xenón escribió Reflexiones, y el viejo Aristócrates escribió Trivialidades, y Didáctilos piensa que los Discursos de Ibíd son una sarta de estupideces. Desde el trono de la sala del Tirano hasta la Biblioteca hay seiscientos pasos.

Hay un...

—Tiene buena memoria, eso debes admitirlo —dijo Didáctilos—. Enséñale unos cuantos pergaminos más.

—¿Cómo sabremos que los ha recordado? —preguntó Urna, desenrollando un pergamino de teoremas geométricos —. ¡No sabe leer! ¡Y aunque pudiera leer, no sabe escribir! —Tendremos que enseñarle.

Brutha echó un vistazo a un pergamino lleno de mapas. Cerró los ojos. Los contornos resplandecieron por un momento sobre el interior de sus párpados, y después dejó que se asentaran en su mente. Seguían allí, en algún lugar, y ahora podía hacerlos regresar en cualquier momento. Urna desenrolló otro pergamino. Imágenes de animales. En este, dibujos de plantas y montones de escritura. En este, sólo escritura. En este, triángulos y cosas.

Los pergaminos se fueron acomodando en su memoria. Pasado un rato, Brutha ya ni siquiera se daba cuenta de cómo eran desenrollados ante él. Simplemente tenía que seguir mirando.

Se preguntó cuánto podía llegar a recordar. Pero eso era una estupidez. Simplemente recordabas todo lo que veías. La superficie de una mesa, o un pergamino lleno de escritura. Había tanta información en el grano y la coloración de la madera como en las Reflexiones de Xenón.

Aun así, Brutha era consciente de cierta pesadez mental, la sensación de que si volvía bruscamente la cabeza entonces la memoria se le saldría a chorros por las orejas.

Urna cogió un pergamino al azar y lo desenrolló hasta la mitad. —Describe el aspecto de un Puzuma Ambiguo —pidió.

—No sé qué aspecto tiene —dijo Brutha, y parpadeó.

—Pues vaya con el señor Memoria —dijo Urna.

—No sabe leer, chico. Eso no es justo —dijo el filósofo.

—De acuerdo. Quería decir... la cuarta imagen del tercer rollo que viste —dijo Urna.

—Una criatura de cuatro patas vuelta hacia la izquierda —dijo Brutha—.



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