Mientras alguien nos recuerda by Carmen Conde

Mientras alguien nos recuerda by Carmen Conde

autor:Carmen Conde [Conde, Carmen]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2023-03-09T00:00:00+00:00


22

Cadaqués, octubre de 2008

El sábado por la noche Irene llamó a Rosalía Salgado. Estaba intentando concentrarse en la lectura de El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad, un magnífico libro que no invitaba al optimismo. Sin saber cómo, dejó el libro con descuido sobre la mesa y, de forma repentina, tomó la tarjeta de Rosalía y llamó. Una mujer contestó enseguida y, al escuchar su nombre, le dijo que la señora ya se había acostado, pero que aguardase un momento. La tuvo en espera apenas un par de minutos. Cuando regresó, con voz entrecortada como si hubiese echado una carrera, le aseguró que Rosalía estaría «muy encantadísima» de recibirla al día siguiente, domingo. Algo abrumada, Irene consultó en Internet los horarios de autobuses y descubrió que tendría que madrugar bastante, así que decidió que sería mejor no subir a beber a la terraza. Por desgracia, en la cama no consiguió conciliar el sueño. «Un trago, necesito un trago —pensó obsesivamente—. No tiene importancia, bebo un trago y a dormir. No, no hay trago. No puede ser que, si no bebo, no me duerma. Eso significaría que soy alcohólica y no soy alcohólica, no lo soy —intentó convencerse—. Puedo dejar de beber cuando quiera».

Le dieron las tres de la madrugada y al final, agotada, cayó en un sueño ligero y lleno de sobresaltos. A las seis sonó el despertador y se levantó vencida por el cansancio. Se preparó un café muy cargado y se lo bebió mientras consultaba el plano de Cadaqués que había impreso la noche anterior.

Casi tres horas más tarde, el autobús de línea que había tomado en la estación de Barcelona Nord llegaba a su destino. Irene se bajó del vehículo con el ánimo por los suelos y recorrió entumecida las callejuelas empedradas que morían en la Plaça del Passeig, frente a la Platja Gran. Su estado de ánimo, sombrío, mejoró de inmediato al llegar al paseo marítimo. Entornó los ojos para adaptarse al sol radiante y dejó escapar un suspiro de admiración al descubrir, frente a ella, la bahía de Cadaqués rodeada de abruptos acantilados. La visión del mar, salpicado de barquitas de pescadores que se extendían hasta el horizonte, le provocó unas ganas incontenibles de llorar, como si acabase de vivir un acontecimiento único.

Y totalmente inesperado.

Irene no había salido nunca de Barcelona y fue consciente de que se estaba perdiendo un mundo hermoso. Era cierto que sus lecturas la habían transportado a todos los rincones del planeta; había viajado a la lejana Australia de la mano de Colleen McCullough, a Canadá con Margaret Atwood, a Sudáfrica con Nadine Gordimer, a Japón con Mitsuyo Kakuta, a Egipto con Nawal el Saadawi, pero no era lo mismo. Decidió que debía de comenzar a viajar, aunque fuese sola, porque la vida entre las cuatro paredes de su pisito no era vida.

Caminó durante diez minutos por la Riba Nemesi Llorens, un estrecho paseo que rodeaba la costa. Cuando llegó a su destino, descubrió una majestuosa casa modernista que le



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