Merrick (Crónicas Vampíricas 7) by Anne Rice

Merrick (Crónicas Vampíricas 7) by Anne Rice

autor:Anne Rice [Rice, Anne]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: terror, Fantástico
editor: Ediciones B
publicado: 1999-12-31T16:00:00+00:00


12

Aarón me recibió en la puerta.

—Merrick está en su casa en Nueva Orleáns. El guarda dice que ha estado bebiendo. Ella se niega a hablar con él. He llamado cada hora desde esta mañana. Pero Merrick no coge el teléfono.

—¿Por qué no me contaste lo que ocurría? —pregunté. Estaba profundamente preocupado.

—¿Por qué? ¿Para que no dejaras de preocuparte durante todo el viaje a través del Atlántico? Sé que eres el único capaz de razonar con ella cuando se encuentra en ese estado.

—¿Qué te hace pensar eso? —protesté. Pero era cierto. A veces lograba convencer a Merrick para que pusiera fin a una de sus borracheras. Pero no siempre.

En cualquier caso me di un baño, me cambié de ropa, dado que hacía un tiempo insólitamente caluroso para ser principios de invierno, y por la tarde partí bajo una suave llovizna, en el coche conducido por el chofer, hacia casa de Merrick.

Aunque cuando llegué había oscurecido, pude ver que el barrio se había degradado más aún de lo que había supuesto.

Daba la impresión de haber sido devastado por una guerra y de que los supervivientes no habían tenido más remedio que vivir entre las deprimentes ruinas de madera rodeadas por los eternos y gigantescos hierbajos. Había unas pocas viviendas de madera en buen estado de conservación, cubiertas con una capa reluciente de pintura y unas molduras debajo del tejado. Pero a través de las ventanas enrejadas distinguí el tenue resplandor de unas luces. La maleza que proliferaba en aquel lugar había comenzado a desmoronar algunas casas abandonadas. La zona no sólo se hallaba en un estado ruinoso, sino que además ofrecía peligro.

Presentí que había gente merodeando a través de la oscuridad. Detestaba esa sensación de temor que rara vez había hecho presa en mí de joven. La vejez me había enseñado a respetar el peligro. Como he dicho, odiaba esa sensación. Odiaba pensar que no podría acompañar a Merrick en su insensata expedición a las selvas centroamericanas, lo cual representaría una humillación para mí. Por fin el coche se detuvo delante de la casa de Merrick.

La hermosa casa, que se alzaba sobre unos pilotes y que estaba recién pintada de un color rosa tropical con un ribete blanco, presentaba un aspecto magnífico detrás de la alta verja de hierro forjado.

Los nuevos muros de ladrillo, gruesos y muy altos, rodeaban por completo la finca. A través de los barrotes de la verja distinguí un parterre de adelfas que en cierto modo protegía la casa de la sordidez de la calle. Cuando el guarda me recibió en la verja y me condujo hacia los escalones de la entrada, vi que las ventanas alargadas de la habitación de Merrick estaban también provistas de barrotes, a pesar de los visillos de encaje y las persianas, y que había luces encendidas en toda la casa.

El porche estaba limpio; los viejos pilares cuadrados ofrecían un aspecto sólido; los cristales emplomados de las dos ventanas encajadas en la bruñida puerta de doble hoja relucían esplendorosos. Con todo, en aquellos momentos me invadieron unos recuerdos nostálgicos.



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