Meg by Steve Alten

Meg by Steve Alten

autor:Steve Alten [Alten, Steve]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Novela, Terror
editor: ePubLibre
publicado: 1997-04-23T04:00:00+00:00


LA COSTA NORTE

Unas olas de hasta diez metros batían la playa de Sunset Beach, en Oahu, transportando grandes pedazos de grasa y restos de ballena que sembraban la arena ante la aparente indiferencia de los dos centenares de turistas que habían acudido a lo largo del día para ver a los surfistas locales que cabalgaban las olas más peligrosas del mundo, en las que una maniobra en falso podía significar estrellarse en el afilado coral del arrecife que había debajo.

A sus dieciocho años, Zach Richards llevaba cortando olas en la costa norte de Oahu desde que tenía doce. Jim, su hermano menor, apenas empezaba a entrenarse con las olas gigantescas que llegaban cada invierno desde Alaska y Siberia. Las de aquella tarde habían aumentado de dimensiones progresivamente con la marea y a aquella hora, con la cercanía del crepúsculo, alcanzaban alturas superiores a los siete metros. Los pedazos de cadáveres de ballena ensangrentados eran más que una molestia: durante todo el día se habían avistado, esporádicamente, aletas de tiburones. Con todo, los surfistas tenían un público, compuesto principalmente por chicas, y para Zach y Jim esto bastaba para correr el riesgo.

Jim todavía se estaba poniendo el traje isotérmico negro cuando Zach y dos de sus colegas de afición, Scott y Ryan, cogieron las primeras olas. Jim cortó una ola rápida y se volvió hacia Marie McQuire. Cuando la morena agitó la mano, el muchacho estuvo a punto de tropezar con la plancha en su prisa por remontar la ola y unirse al grupo.

Michael Barnes, un surfista veinteañero con un tatuaje en cada músculo, había cogido una de siete metros y, al ver a Jim remando con los brazos sobre la tabla, cortó la ola para interceptarlo. Jim alzó la cabeza en el último minuto y vio la plancha de Barnes que se dirigía hacia él. Rápidamente, saltó de su plancha y se protegió la cabeza entre los brazos, con la barbilla baja. La ola le golpeó en el vientre, lo volteó y lo arrastró diez metros hacia la orilla. Jim salió a la superficie escupiendo agua salada, a tiempo de ver a Barnes saltar la ola, riéndose a carcajadas vuelto hacia él.

—¡Eres un mamón, Barnes! —gritó Jim, pero el surfista ya estaba demasiado lejos para oírlo. Jim no había soltado la cuerda con la que sujetaba la tabla; se encaramó de nuevo a esta y braceó hacia su hermano.

Zach esperaba justo más allá del punto en que rompían las olas, a caballo en su plancha.

—¿Estás bien, Jimmy?

—¿Qué le pasa a ese tío?

—Barnes nació gilipollas y morirá gilipollas —sentenció Scott.

—Sí, y espero que sea pronto.

—Tú procura apartarte de su camino —le advirtió Scott—. No merece la pena tenérselas con él.

—Ven, Jim —dijo Zach a su hermano—. Vamos a tomar unas olas. Recuerda: lánzate sin dudas. Baja la cabeza y rema con los brazos lo más fuerte que puedas. Notarás que la ola te coge; entonces, lánzate hacia el fondo, da un giro y remóntala. Cuando gires, notarás que las piernas te tiemblan, probablemente.



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