Mar De Fuego by Chufo Llorens

Mar De Fuego by Chufo Llorens

autor:Chufo Llorens
La lengua: es
Format: mobi
Tags: Histórica
publicado: 2011-03-22T23:00:00+00:00


Capítulo 61. ¡Guardadme en el convento!

Marta y Amina estaban temblando. A los gritos de doña Brígida, todas las damas asomaron la cabeza por las puertas de sus respectivas cámaras. La vieja dama, dando tres fuertes palmadas, les ordenó entrar de nuevo; luego se dirigió a ellas y las interrogó. Amina y ella se explicaron atropelladamente y respondieron a las preguntas de la celadora, que escuchó el relato con el entrecejo fruncido.

La mujer, que al principio las miraba escéptica, al observar el desorden de la cámara, las frazadas de la cama en el suelo y la jarra del aguamanil derramada, comenzó a dar crédito a su explicación.

—Y decís que no le habéis visto el rostro.

—Así es, señora, me atacó mientras dormía. Iba embozado.

Marta dijo todo esto con el arrebol subido en sus mejillas sin atreverse a aclarar el auténtico motivo de la agresión.

Amina, que todavía estaba bajo el impacto del suceso, se atrevió a intervenir.

—Con el debido respeto, doña Brígida, el intruso pretendió abusar de mi ama. Y de haber dormido sola, lo hubiera conseguido.

La mujer dudaba.

—¿Qué es lo que estáis diciendo?

Amina se había envalentonado.

—Lo que habéis oído, señora. Alguien intentó deshonrar a mi ama.

La vieja dama estaba acalorada.

—Jamás sucedió algo así en palacio y jamás nadie se atrevió a entrar en las dependencias de las camareras de la condesa.

Marta, tras meditarlo bien, observó:

—Ese alguien o es un insensato o está seguro de que todo le está permitido en palacio.

Doña Brígida entendió la ambigüedad y se abstuvo de profundizar.

—No entiendo cómo ha podido suceder; yo misma, ayer noche, eché la balda.

—Alguien la tuvo que quitar, doña Brígida —apuntó Amina.

—Ahora mismo voy a avisar al oficial de guardia, para que ponga un centinela en la puerta. Procurad descansar y al menor ruido, gritad. Mañana daré parte a quien corresponda de este extraño suceso.

Amina se atrevió a hablar de nuevo.

—Quien haya sido lleva la marca de mis uñas en el cuello.

La dueña meditó unos instantes.

—Mañana por la mañana daré cuenta a la condesa; ella sabrá lo que debe hacer.

Luego, dirigiéndose a Marta, añadió:

—No dudéis que este extrañísimo y amargo incidente habrá de esclarecerse; sin embargo debéis ser discreta, esas cosas no conviene airearlas. Ahora procurad dormir.

Al siguiente lunes por la tarde, el padre Llobet vino como de costumbre a impartir la clase de latín clásico a Marta, y el fino y avezado instinto del clérigo notó algo extraño en el silencio de su pupila.

—Tengo la sensación de que me estás ocultando algo, Marta. ¿De qué se trata?

Marta intentó soslayar la explicación.

—No es nada, padre. El texto de La guerra de las Galias era muy difícil, en el párrafo había más de tres ablativos absolutos y me ha costado mucho.

El arcediano la miró socarrón.

—Soy ya muy viejo, Marta, y te conozco desde el día que viniste al mundo, si no me quieres contar lo que pasa, no me lo cuentes, pero sobre todo no intentes engañarme menospreciando mi intelecto.

Marta le miró haciendo esfuerzos por no romper a llorar.

—¿Tan grave es el suceso? —preguntó el sacerdote, súbitamente nervioso.



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