Mandragora by Camilo Pino

Mandragora by Camilo Pino

autor:Camilo Pino [Pino, Camilo]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Terror
editor: ePubLibre
publicado: 2016-01-01T00:00:00+00:00


13

Miami, 2004

Petrus Gonzalvus

Una tarde de verano hace casi diez años, M llegó tarde a casa, cerca de la medianoche. Antes de entrar presintió que algo extraordinario había sucedido y por tanto le convenía pasar desapercibido. Abrió la puerta con sumo cuidado, haciendo lo posible para que las llaves no sonaran y por aguantar las ganas de toser típicas de situaciones como esa. Se quitó los zapatos, los puso a un lado de la puerta y se escabulló en dirección al baño, pero se topó con Tammie en la sala. La encontró llorando, encogida como un bulto en una esquina del sofá. Por un instante, M creyó que Tammie estaba furiosa con él, pero se tranquilizó al descubrir que no solo lloraba, sino que también reía. Su llanto era alegre. Entonces le preguntó en voz baja qué le pasaba y Tammie, que no se había percatado de su presencia, respondió con un alarido.

M siempre ha sabido que el llanto alegre es importante. Ignorarlo o tratarlo como llanto triste puede ser un error grave; una evidencia de desapego de las que se pagan caro. Debía ser cuidadoso con Tammie, tantearla, acercarse de a poco y, de sentirla lista, abrazarla y escucharla. Sobre todo escucharla. Aunque le costara. Aunque estuviese en contra de su naturaleza. Y eso hizo, tratar de descifrar sus balbuceos y, cuando se acercaron lo suficiente, abrazarla para por fin enterarse de la buena nueva: lo habían logrado, Tammie estaba encinta.

La suerte estaba del lado de M. Entre la coartada del doctor Badur, que había tenido la cortesía de convertir su enfermedad en una verruga vulgar, y el anuncio de la preñez, se supo fuera de peligro y trató de aprovechar y concentrarse en lo que en realidad importaba: su futura condición de padre, la alegría de Tammie, el inminente cambio de estilo de vida. Pero no pudo dejar de sentirse decepcionado por no estar emocionado como una persona normal debía estarlo al enterarse de que iba a tener a su primer hijo. Pensó que si se comportaba como si lo estuviese, eventualmente llegaría a conmoverse, o por lo menos evitaría decepcionar a su esposa. Viéndolo bien, en realidad era normal reaccionar a destiempo ante la paternidad futura: los hombres no tienen una relación física con el embrión. Y decepcionar a Tammie era inevitable, sobre todo ahora que tenía las hormonas revueltas.

Hablaron del futuro, del cuerpo de Tammie, de la manera en que iba a cambiar, a engordar, a desarrollar unas tetas enormes, capaces de dar leche, y cómo eso no le importaba a M, porque no hay nada más bonito en el mundo que una mujer en estado. Discutieron y descartaron nombres. Tammie propuso Alexander, William, Catherine y Antoinette. A M le gustaron todos. El nombre «Christopher» ni siquiera les pasó por la cabeza en ese momento. Tammie dio por hecho que el niño sería hermoso, porque sus abuelos lo eran y, modestia aparte, ella también. Antes de meterse a la cama, Tammie le pidió a M mantener su preñez en secreto por tres meses.



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