Maldición by Jenni Fagan

Maldición by Jenni Fagan

autor:Jenni Fagan [Fagan, Jenni]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Fantástico, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2022-01-01T00:00:00+00:00


8

Geillis Duncan

5.33 a. m.

Recuerdos (vuelve, Iris / el río fluye):

1 de agosto de 2021-4 de diciembre de 1591,

celda en High Street.

Elementos: agua + luna

SIEMPRE QUE ECHABA DE MENOS a mi abuela sacaba esa luna y la miraba. La frotaba cuando me disponía a dormir cada noche. Me convencí de que ese acto, por sí solo, y si lo repetía lo suficiente, me mantendría a salvo. Al siguiente día de mercado esas mujeres recorrían las calles como de costumbre. Puro hueso, venas rojas marcadas, los dientes y las garras dispuestos, abriendo y cerrando sus picos de pájaro y lanzando sus lenguas bífidas. Yo llevaba la concha escondida en el bolsillo de la falda. La tocaba cuando ellas me infundían miedo a que otros me vieran. Mi propia concha lunar me iluminaría cuando temiera mostrar mi propia luz: proyectaría la suya sobre mí. ¡Qué feliz me hacía! Un día decidí bañarme en la tina del señor (como si tuviera derecho) y él me robó la luna. ¡Seaton! Se la llevó. Ese objeto que brillaba. No podía hacer nada. No dije ni una palabra. Me limité a poner más empeño en prepararle el té exactamente como a él le gustaba, limpiaba dos veces la plata, le quitaba las botas cuando entraba por la puerta. Dejaba impoluta la cama con la forma triangular que él insistía en tener y todas sus camisas las planchaba dos veces. Todas mis obligaciones las cumplía mejor que antes. Pero yo le desagradaba todavía más. Murmuraba en otros cuartos donde sabía que yo le oiría, pero no con voz suficientemente alta para que yo dijera algo: como si yo hubiera tenido valor o estupidez suficiente para hacer tal cosa. La gente venía de visita y él les decía que yo hacía cosas que no hacía. Probaba diferentes historias con gente distinta, para ver cómo iban a reaccionar, qué iban a decir: para comprobar si podía convencerlos. En público no lo decía. No al principio. Contaba esas historias, las iba adornando un poco cada vez, siempre en privado, para ver si tenían el impacto deseado en el oyente. Probó con el carnicero y el panadero, con el vicario y el escribiente. Le fue tan bien que se lo contó al legislador y después, casi a diario, hasta a su gallina roja favorita. Estaba ensayando, pergeñando cuidadosamente el tipo de historia que pudiera conducir a la muerte a una muchacha. Comenzó a decirme que era deshonesta, poco de fiar e indolente. Con el tiempo, me enseñó a no fiarme de lo que yo misma pensaba o decía, ni siquiera de lo que me pedían las tripas. Cuando iba por la calle, la gente comenzó a estirar el espinazo al verme, como si bastara mi cercanía para restarles algún centímetro de estatura.

Geillis Duncan está maldita: puede curar a los enfermos.

Eso dicen.

Lo decían en susurros para que yo no lo oyera, y entonces un viento frío sopló por las callejuelas de North Berwick y recorrió High Street, hasta llegar a los campos, justo hasta la puerta de la casa de mi señor en Tranent.



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