Escenas de cine mudo by Julio Llamazares

Escenas de cine mudo by Julio Llamazares

autor:Julio Llamazares [Llamazares, Julio]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 1994-01-01T00:00:00+00:00


15. La vida en blanco y negro

Los hombres cruzan la plaza con los cascos y la ropa de la mina; algunos vienen fumando y traen la cara negra por el carbón: son los que viven cerca o los que prefieren ducharse en casa para no tener que hacerlo en las duchas colectivas de la mina. Las mujeres los miran mientras se acercan, interrumpiendo sus conversaciones o el camino que llevaban; miran por curiosidad, pero también por ver si, entre ellos, vienen sus hijos y sus maridos (es casi ya una costumbre). A su lado, un perro negro contempla también la escena y, en el centro, varios niños juegan a tirarse bolas usando de parapetos los tendales de la ropa y el monigote de nieve que preside la fotografía; un monigote de nieve tocado con una lámpara y un cinturón de minero que seguramente han hecho ellos mismos. Uno de ellos, el del jersey a rayas, soy yo. Hace frío (el viento barre la plaza e inclina los tendederos) y, aunque ya casi no nieva, el aire está tan helado que nuestras respiraciones parecen humo. Al fondo, tras los tejados, el castillete del pozo se alza sobre las casas como un negro y gigantesco crucifijo. La imagen, sin pretenderlo, es el mejor retrato de Olleros: un sitio en el que la vida transcurría solamente en blanco y negro.

Es la última, de hecho, que conservo en blanco y negro; la última foto mía en la que, como en mis recuerdos de aquella época, la realidad no tiene color. Cierto que los recuerdos, como las fotografías, van perdiendo poco a poco los colores con el tiempo (la memoria es una cámara que difumina el color), pero es que ésta, además, pertenece todavía al tiempo en el que mi vida se rodaba solamente en blanco y negro, que eran los dos colores de Olleros: el blanco de los tendales y de la nieve y el negro del carbón. El del carbón, que era el más persistente, estaba siempre en el aire, se respiraba, mientras que el de la nieve llegaba sólo con el invierno y desaparecía en la primavera, justo al revés que el de los tendederos, que aparecía sólo cuando había sol (cuando llovía, el agua los confundía y el paisaje se volvía tan extraño como un cristal empañado o como la televisión de Martiniano el día en que la estrenó). En cualquier caso, siempre que recuerdo Olleros, lo mismo en ese que en otro tiempo, las imágenes se me aparecen en blanco y negro y me remiten inevitablemente a aquellas películas en las que los paisajes y los actores parecían sombras y que identifico siempre con el verdadero cine: el cine que aún no sabía, como nosotros, que el mundo tenía color.

Era imposible que lo supiéramos. Encerrados día y noche en aquel pozo en el que hasta las montañas estaban muertas y en el que los arroyos bajaban negros por el carbón, sólo la nieve y la ropa blanca rompían con su



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