Mala estrella by Julia Viejo

Mala estrella by Julia Viejo

autor:Julia Viejo [Viejo, Julia]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 2024-01-01T00:00:00+00:00


* * *

En el bolsillo del forro polar todavía tenía guardado el trozo de papel que me había traído Miguel, con su mensaje de «HABER SI EL PRÓXIMO DÍA AGUANTAS UN MINUTO» y su número de teléfono. A primera hora de la mañana, después de haber dado veinte vueltas por la casa y haber desayunado un trozo de pan duro y medio vaso de leche que empezaba a oler a cadáver, volví a conectar el cable del teléfono, descolgué el auricular y marqué el número sin pensar.

—¿Diga?, —preguntó la voz de su padre, ronca y pesada, después de unos cuantos tonos. Me quedé muda—. ¿Quién es?

—¿Está Carmen?, —dije con voz de pito.

—¿Quién eres?

—Una amiga de baile —improvisé—. ¿Se puede poner?

—Está durmiendo. ¿Pasa algo?

—No.

El padre se quedó callado durante un rato más largo del que se consideraría normal, pero finalmente dijo:

—Espera.

Pasó un minuto y de pronto escuché la voz de Carmen recién salida de la cama.

—¿Sí?

—Hola. Soy yo, pero no digas nada. ¿Te he despertado?

—Pues sí. No son ni las nueve, tía.

—¿Me podrías hacer un favor?

Esperé muy quieta tras las rendijas de la persiana de mi habitación hasta que, casi una hora después, Carmen apareció por la reja trasera con un top fruncido amarillo que se mimetizaba con la hierba, una mochila a la espalda y unas amapolas en la mano. Miró la casa sin saber muy bien por dónde entrar y yo subí la persiana, abrí un poco la ventana y saqué la mano por el hueco.

Carmen llegó hasta la pila de muebles, los miró y gritó:

—¡Cómo mola!

Asomé la cabeza del todo.

—Puedes llevarte los que quieras —dije—. Nos vendría bastante bien.

Le sugerí que entrara por alguna de las ventanas de abajo, pero insistió en hacerlo por los muebles, a pesar de que después de la lluvia y el viento habían perdido estabilidad y ya no era tan fácil escalarlos. Trepó como un mono en diez segundos y le tendí el brazo para ayudarla a meterse dentro.

Pensé que lo primero que querría saber era qué hacía encerrada a cal y canto en la casa, pero en lugar de eso me preguntó:

—¿Has roto con mi hermano?

—¿Por qué lo dices?

—Porque me has llamado a mí y no a él.

—Bueno. Para haber roto tendríamos que haber estado juntos, en primer lugar.

—¿Y no estabais juntos?

—No.

—Mi hermano me ha dicho que sí.

—¿Por qué te ha dicho eso?

—Porque le pregunté.

—¿Y por qué le preguntaste?

—Porque estaba llorando.

Me quedé callada. Volví a bajar la persiana para que no nos viera nadie, aunque a ese lado de la casa no había más que moscas.

—A mí me da igual, nosotras podemos seguir siendo amigas —añadió Carmen al tiempo que me extendía el ramillete de amapolas que había cogido por el camino—. Si quieres.

La dejé tirarse diez veces seguidas por la escalera con el colchón mientras yo me comía los bollos y el yogur que me había traído. Se agarraba fuerte de las costuras y mantenía todo el cuerpo rígido como un gato en peligro cuando el colchón se inclinaba sobre los primeros peldaños hacia el descenso.



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