Madre de leche y miel by Najat El Hachmi

Madre de leche y miel by Najat El Hachmi

autor:Najat El Hachmi [El Hachmi, Najat]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Novela, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 2018-01-01T05:00:00+00:00


2

Sombra de sangre

en el pañuelo

Arrastraba los pies. Casi no los levantaba del suelo, paso a paso, muy lentamente. Si le hubieran dicho que no estaba muerta y caminaba en el otro mundo, se lo habría creído.

Fátima no veía nada. Llevaba el pesado qubbu de lana de su padre, que tenía aquel olor a piel muerta y a animal. La piel era la que Omar había ido dejando acumulada en el cogote al utilizarlo. Sí, justo en aquel trozo de tela se podían oler los restos de aquel hombre medio desconocido que dirigía sus vidas, un hombre que ya hacía siglos que no se la sentaba en su falda, que cuando la invitaba a entrar en su habitación le hablaba en otro tono, no tan suave como cuando era una niña y le decía Fátima mía. Ahora lo que Fátima sabía de su padre lo sabía por Zraizmas, que le transmitía sus mensajes y que interpretaba también su estado de ánimo. No creas que es fácil para él tener que desprenderse de su preferida. Los hombres también sufren, insistía Zraizmas, cuando Fátima entró en aquel estado de mutismo previo al casamiento. Porque los inciertos destinos de ella y de sus hermanas no eran culpa de nadie, eran ley de vida.

No veía, la capucha no dejaba penetrar ni una brizna de luz. Sus pies palpaban más que pisaban. Aicha la sostenía por un brazo, Fadma por el otro. Las babuchas se le salían, habría preferido sus chancletas de goma. Hasta la rojez de la henna con la que hacía dos noches le habían teñido las manos hasta las muñecas y los pies hasta los tobillos, le parecía que le estorbaba. Y el vestido de fiesta blanco, el cinturón ancho, los brazaletes de oro, aquel Corán, que se abría como una caja colgada del cuello, los pendientes largos. Todo le parecía una pesada carga. Fátima estaba cansada, llevaba tres días de boda. El primero le pareció agradable. Noche solo de chicas, de jóvenes como ella que la ayudaban a ponerse la henna; todas las hermanas en una habitación donde habían hablado y hablado hasta la madrugada. Fátima con el pañuelo blanco y las dos trenzas a cada lado largas y gruesas que le caían sobre los muslos sentada en una esquina; aún eran los tiempos en que a las novias las sentaban en las esquinas. Lo que le resultaba extraño a Fátima era tener que estarse allí quieta mientras sus hermanas hacían todas las tareas, que no eran pocas. La tercera hija de Zraizmas quiso desplumar los pollos, pelar las patatas, pero tanto su madre como sus hermanas le habían dicho que no, que no. Las novias no trabajan. Las novias han de quedarse quietas al fondo de la estancia. ¿Y preparar el té?, ¿y servir la comida a los invitados? Nada, ni hablar. Trae mala suerte, son las costumbres, y, las costumbres, no es bueno cambiarlas. Para que vaya bien no tendrías ni que moverte. Muy quieta y apoyada en la pared.



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