Los viajes de Tuf by George R. R. Martin

Los viajes de Tuf by George R. R. Martin

autor:George R. R. Martin [Martin, George R. R.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Ciencia ficción
editor: ePubLibre
publicado: 1987-06-01T04:00:00+00:00


4

Una segunda ración

Era más una costumbre que una afición y, desde luego, no se trataba de algo adquirido deliberadamente o por pura malicia. Sin embargo, lo indudable era que Haviland Tuf no podía librarse ya de ese rasgo de su carácter. Coleccionaba naves espaciales.

Quizás hubiera resultado más preciso decir que acumulaba naves espaciales. Lo innegable era que el sitio para ello no le faltaba. Cuando Tuf puso por primera vez el pie en el Arca encontró en su interior cinco lanzaderas negras con alas triangulares; el casco medio destrozado de un mercante de Rhiannon, con su típico vientre protuberante, y tres naves alienígenas: un caza Hruun, fuertemente armado y otras dos naves mucho más extrañas, cuyas historias y constructores seguían siendo un enigma para él. A esa abigarrada flota se había añadido el estropeado navío mercante del propio Tuf, la Cornucopia de Mercancías Excelentes a Bajos Precios.

Eso fue solamente el principio. En sus viajes, Tuf no tardó en descubrir que las naves se iban acumulando en su cubierta de aterrizaje, al igual que el polvo se acumula bajo la consola de un ordenador y los papeles parecen reproducirse sobre el escritorio de un burócrata.

En Puerto Libre el monoplaza del negociador había resultado tan estropeado por el fuego del enemigo, al forzar el bloqueo impuesto, que Tuf no tuvo otro remedio que transportarlo, durante el regreso, en su lanzadera Mantícora. Naturalmente, lo hizo una vez hubo concluido el contrato. De ese modo adquirió otra nave.

En Gonesh los sacerdotes del dios elefante jamás habían visto un elefante. Tuf se encargó de clonar para ellos unos cuantos rebaños y, para luchar contra la monotonía, incluyó en su entrega unos cuantos mastodontes, un mamut lanudo y un colmillos de trompeta de Trigya. Los goneshi, que deseaban no tener ningún contacto comercial con el resto de la humanidad, habían pagado su factura con la flota de viejas espacionaves, en las que sus antepasados habían llegado para colonizar el planeta. Tuf había logrado vender dos de las naves a los museos y el resto de la flota había ido a parar al desguace pero, siguiendo un capricho momentáneo, se quedó con una.

En Karaleo había logrado vencer al Señor del Orgullo Dorado Calcinado por la Llama en una apuesta consistente en beber más que el contrario y había ganado una lujosa nave-león como premio a sus esfuerzos, aunque el perdedor había tenido el poco generoso detalle de quitar casi todos los adornos de oro sólido que había en el casco antes de entregársela.

Los Artífices de Mhure, que se enorgullecían desusadamente de sus obras, habían quedado complacidos con las astutas dragoneras, que Tuf les había entregado para poner freno a su plaga de ratas aladas, y le entregaron una lanzadera de hierro y plata en forma de dragón con enormes alas de murciélago.

Los Caballeros de San Cristóbal, cuyo mundo sede había perdido gran parte de sus encantos, debido a las depredaciones infligidas en él por enormes saurios volantes a los que llamaban dragones (en parte por lo solemne



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