Los delitos insignificantes by Álvaro Pombo

Los delitos insignificantes by Álvaro Pombo

autor:Álvaro Pombo [Pombo, Álvaro]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Fiction, General, Juvenile Nonfiction, Language Arts, Composition & Creative Writing
ISBN: 9788422627609
Google: ageIOwAACAAJ
Amazon: 8433967207
editor: Avenida Libertad
publicado: 1986-01-14T23:00:00+00:00


Se quedó Ortega pensativo. En manos del atardecer emocionante. Aquella súbita agresión (pero, ¿es que era una agresión?), aquel «como con las mujeres, ¿no?», aquel insulto, porque aquello era un insulto. No, no era un insulto. Era sólo una pregunta cándida. Un planteamiento inocente, y además –razonaba Ortega–, además de inocente, perfectamente justificado. «¿Es que no hubiera yo, en su caso, preguntado lo mismo, sugerido lo mismo?» Y daba Ortega vueltas y más vueltas a la melodía de las frases y del gesto de su nuevo amigo con ternura, porque quería verlas elevadas al dulce reino de lo natural, lo lógico, lo que cualquiera hubiera sugerido, y se negaba, el pobre hombre, a considerar la evidencia en toda su evidencia, a ver la viga en el ojo ajeno. Ortega prefería ver la paja en el propio. De aquí que en parte por culpa de la concupiscencia de sus ojos, pero también en parte por culpa de su misma humildad, sus pobres virtudes, se hallaba Ortega incapacitado para juzgar con objetividad a Quirós. «Si es que ha acertado, el muy cabrón, el pobre crío. Si es que me ha dicho la verdad. Me ha preguntado lo único que hay que preguntarme a mí: que qué me falta. Y eso es lo que me falta: un par de huevos. Y esto no es una vulgaridad: es la ver dad. Hay casos, como el mío, en que la incapacidad de ver a la mujer como lo que es, en su belleza, es un trastorno metafísico, es una impotencia ontológica, es un no poder ser, llegar a ser quien eres desde siempre. Tiene razón el pobre chico, lo que a mí me falta son cojones. Y tenía razón Antonio Machado: "Dicen que el hombre no es hombre / hasta que no oye su nombre de labios de una mujer / puede ser." Y yo, que estoy aquí, dándole vueltas a mi vida, en este piso de soltero, en un meublé, si lo primero que tenía que hacer era no ser, eso lo primero, arrepentirme, decir he fracasado, decir he aquí los restos de mi vida, acógeme en tu seno, Padre, acógeme en tu seno, urdimbre misericordiosa de la nada, dulces ubres maternas de la nada, corazón limpio y firme de la muerte, amada mía, compañera incesante, nunca he sido sino niño en tus brazos, ahora abrázame que no temo la muerte ni el encuentro solícito contigo en las arenas siempre nuevas de lo eterno, el vientre, el desvarío, como los animalillos, los gatos, que se duermen enroscados sobre sí, umbilicales, anticipándose al gran regreso de la muerte, no voy a tener miedo cuando ven gas, no voy a patalear ni a despintarte ni a fingir que no eres tú mi madre, dulce muerte, tú sabrás en qué sitio, en ese trago, el más duro del hombre, hay que ponerme a mí, el más profundo miserable, y sé que acertarás, que haremos buenas migas, ya las pasiones serán dulces y las miserias metafóricas y ya



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