Los Caminantes by Carlos Sisi

Los Caminantes by Carlos Sisi

autor:Carlos Sisi
La lengua: es
Format: mobi
Tags: Terror
publicado: 2010-07-01T23:00:00+00:00


XXII

Al día siguiente anduvieron todos de bastante buen humor. Había buena química entre el grupo, y todos lo notaban. Mary tuvo sueños inquietos y sollozó a ratos, pero Isabel estuvo siempre con ella y cuando llegó la mañana se encontraba mucho mejor, y era capaz de responder preguntas sencillas con frases coherentes. Roberto celebró mucho la mermelada de las provisiones del ejército, decía que tenía un sabor que le recordaba la cocina de su abuela y repitió varias veces. El Cojo, por su parte, encontró una inesperada tregua en el tormento que se había desatado en su boca, pero para no tentar al diablo prescindió del desayuno.

Todavía de buena mañana, bajaron al garaje. Isabel no pudo esconder una expresión de decepción cuando se encontró con el lamentable aspecto que presentaba la furgoneta. Mientras descendía los escalones hacia el garaje, escuchando el plan de Moses, se había imaginado una furgoneta robusta, de grandes ruedas dentadas y aspecto sólido, capaz de transportarlos a todos fuera de aquella pesadilla, a un lugar mejor. Sin embargo, mientras explicaba sus planes para con la furgoneta, algo en el tono de voz del marroquí la volvió a tranquilizar. Tenía fe en su plan, sabía que era plausible, y notaba que iba a poner todos los medios a su alcance para conseguir hacerlo realidad.

También Roberto se dejó llevar por el entusiasmo de Moses. Escuchó con atención cómo planeaba atornillar las planchas de protección alrededor de los neumáticos, cómo imaginaba que podría solucionar el problema de las cuñas frontales sin tapar la entrada de aire del radiador y otras geniales menudencias. Su vivida expresión contagiaba, cargada de promesas de mañana.

Un poco más tarde aquel mismo día, durante el almuerzo, compartieron historias de sus peripecias individuales. Cada uno contó, con más o menos detalle, cómo habían sido los primeros días de supervivencia desde que el caos se desató. En ocasiones los relatos alcanzaban cotas lúgubres, pero todos habían pasado ya por mucho como para que ciertas cosas les afectaran demasiado.

Roberto no había hablado nunca de su propia experiencia, pero alentado por la calidez de las velas que el Cojo había dispuesto en la mesa, habló con voz baja y grave.

—¿Os acordáis cuando las calles empezaron a llenarse de zombis y la gente se tiró a la carretera para huir? Yo también acabé por pensar que sería la mejor solución. Bueno, ya sabéis, Málaga era una mierda tan grande que empezaba a ser peligroso incluso quedarse en casa. Demasiadas bandas, pillaje, y gente desesperada que quería tus cosas, aunque fuera la maleta del abuelo cargada con calzoncillos rancios. —Hizo una pequeña pausa—. Intenté mantenerme lejos de todo eso, pero aquella tarde vi cómo una familia paraba a una furgoneta que iba por la calle. No escuché lo que decían, pero el hombre... bueno, él hablaba con el conductor a través de la ventanilla. La furgoneta aceleró por un momento, como si quisiera continuar, pero el tipo metió la mano. El conductor le arrastró durante un rato mientras su familia chillaba. Y entonces.



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