Los astronautas by Laura Ferrero

Los astronautas by Laura Ferrero

autor:Laura Ferrero [Ferrero, Laura]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 2023-03-01T00:00:00+00:00


La primera vez que fui a un psicólogo coincidió con el nacimiento de mi hermana Inés. Había dejado de hablarle a Miquel porque le había levantado la voz a mi madre un día en que la cena estaba fría. Lo escuché desde el salón y me fui veloz a la cocina para gritarle yo también a él que fuera la última vez que hablaba así a mi madre. Los gritos no fueron cosa de un día, se repitieron en varias ocasiones y, cuando tuve suficiente, le dejé de hablar ya que nadie más, en especial mi madre, hizo nada al respecto. Ella no llevó a Miquel al psicólogo sino a mí, porque los gritos, según contaba, no habían existido o yo exageraba. Por eso comencé a pensar que quizás sufría de alucinaciones y que no era un testigo fiable de mi propia vida.

No tenía la más remota idea de lo que era un psicólogo y de repente me vi sentada frente a una mujer que me trataba como si tuviera cinco años. A lo largo de la sesión estuve nerviosa, no tanto por la incomodidad que me producía la situación, sino porque iba a conocer a la hija de Clara y mi padre. Al final de la sesión, la psicóloga me dio una tarjeta de visita y me pidió que por favor le dijera a mi padre que la llamara, que quería hablar con él. Pero no le dije nada cuando me subí en el Alfa Romeo rojo que me llevó a conocer a Inés.

De ese día hay una fotografía en la que se ve un ramo de magnolias a la izquierda. Un poco más abajo, un ramo de margaritas blancas, y aparece de refilón una mesa de hospital. En el centro de la imagen está mi padre, calvo ya, pero con la misma cara de ese actor de Hollywood. Lleva una camisa muy clásica, a rayas blancas y azul marino, y asoma en su muñeca izquierda ese mismo reloj caro que perdió años más tarde. Por encima del reloj aparece la cabeza de una bebé, envuelta en un chal blanco impoluto. Parece tranquila. Cierra los ojos y tiene una de las minúsculas manos cerca de los labios. Mi padre sonríe, pero lo hace con los ojos, no con la boca. Envuelve a la bebé con sus brazos. En el lado opuesto a las magnolias y las margaritas estoy yo, con una blusa blanca terriblemente fea: las mangas abullonadas hasta el codo y el cuello, enorme, ribeteado de rosa con piñas bordadas del mismo color. Llevo una diadema y el pelo lacio y marrón cae por encima de las piñas. Estoy pegada a mi padre, pero mi hombro está detrás del suyo y él y la bebé me tapan medio cuerpo. Parece que me apoyo. Sonrío, pero lo hago con los labios. Los ojos están caídos, tristes.

Así como recuerdo perfectamente a mi hermano y su nariz roja de botón, no recuerdo apenas cómo era mi hermana aquel día en el hospital, solo puedo evocar la imagen de la fotografía.



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