Los últimos momentos de Florence W. Aldridge by Tanya Anne Crosby

Los últimos momentos de Florence W. Aldridge by Tanya Anne Crosby

autor:Tanya Anne Crosby
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Romántico, Novela
publicado: 2016-02-29T23:00:00+00:00


13:19.

―Ya he redactado el anexo, Daniel. Solo tienes que pulirlo un poco y legalizarlo. Ya me he decidido.

Al otro lado de la línea, la voz de mi abogado dice algo ininteligible.

―Se corta ―digo.

Oigo cómo se ajusta el auricular.

―¿Mejor?

―Sí.

―Debe ser por este dichoso móvil ―se queja.

―¿Has oído lo que he dicho?

―Quieres donar a la ciudad la casa del capataz, junto con la propiedad de la parte trasera.

―Sí.

―¿Y qué pasa con Sadie?

―Deja que yo me preocupe por Sadie ―le digo. Llevo preocupándome por ella mucho más tiempo del que él podrá jamás.

Responde con un silencio, el mismo que emplea siempre que no aprueba mis decisiones. Pero es una pena. Ya he tomado la decisión. Tengo la intención de que Sadie sea solvente, pero estoy convencida de que esto es algo que debo hacer si es que Augusta se encarga de la tarea que tengo para ella. No hay forma de que el corazón de mi hija se dedique a ello mientras la casa de los esclavos siga siendo de nuestra propiedad. De esta forma, todo el mundo gana. La ciudad se quedará con la casa como monumento histórico y la marisma podrá ser designada como reserva natural. Es un gesto de buena fe que Augusta apreciará.

Tampoco es que tenga que darle explicaciones, pero aun así, se las doy.

―La casa de la calle Legare ahora vale más que esa. Tengo la intención de dársela ―digo, no molesta porque esté tan preocupado por Sadie a nivel personal, sino porque ninguno de ellos ha sido capaz de confesarlo. Si va a dejar que su relación con mi ama de llaves se transforme en un conflicto de intereses, todas las partes deberían al menos estar al tanto de los hechos.

―Pensaba que ibas a dejarle la casa de Robert a Josh.

―A Josh le va bastante bien sin ella, y así evita que tenga que dar largas e interminables explicaciones sobre el por qué. Sadie se la puede dejar cuando muera. Así conseguimos evitar toda la incómoda situación de tener que sacar a relucir los viejos negocios familiares.

―Si tú lo dices ―contesta Daniel.

―Sí.

―Vale, pues. Me acercaré esta noche para recoger el borrador.

―No hace falta, yo te lo llevo ―digo―. El lunes está bien. Aunque es posible que a algunos les complaciera enormemente, no tengo intención de estirar la pata durante el fin de semana.

―Vale ―vuelve a decir. Le conozco lo suficientemente bien como para saber que esa única palabra es una resignación inconforme.

Le digo adiós y cuelgo, sintiéndome más ligera de lo que me he sentido en mucho tiempo, a pesar de la disconformidad de Daniel.

Incluso aunque ha pasado todo un siglo y medio desde que la casa del regente fuera ocupada por esclavos capataces, me siento inesperadamente bien al deshacerme de ella.

Pero la sensación es efímera. En cuanto cuelgo el teléfono, vuelve a sonar. Frank tenía razón. Los teléfonos están incorregibles hoy. Alzo el auricular, sorprendida al encontrarme con una furiosa voz al otro lado de la línea.

―¿Señora Aldridge? ―pregunta el hombre.

―Sí, soy yo.

―¡Hija de perra! ―escupe. Anonadada, se me escapa la oportunidad de colgar el teléfono.



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