Los anillos de Saturno by W. G. Sebald

Los anillos de Saturno by W. G. Sebald

autor:W. G. Sebald [Sebald, W. G.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Historia, Crítica y teoría literaria, Memorias
editor: ePubLibre
publicado: 1995-01-01T00:00:00+00:00


VII

Había una oscuridad y un bochorno inusuales, cuando, al mediodía, después de un descanso en la playa, ascendí hasta la pradera solitaria de Dunwich situada sobre el mar. La historia de los orígenes de esta triste comarca está estrechamente vinculada no sólo a la topografía y a los influjos del clima oceánico, sino que, en una medida mucho más determinante, al progresivo retroceso y destrucción de los espesos bosques que se habían expandido por todas las islas británicas durante siglos, incluso milenios, a partir del último período glacial. En Norfolk y Suffolk eran principalmente encinas y olmos los que sobre llanuras y suaves colinas se propagaban por entre las hondonadas, en olas ininterrumpidas, hasta la orilla del mar. El desarrollo inverso se inició con la aparición de los primeros pobladores que prendieron fuego a las tierras costeras orientales, pobres en lluvias, donde querían asentarse. Del mismo modo que antaño los bosques habían colonizado el suelo trazando formas irregulares e iban creciendo poco a poco unos junto a otros, penetraban ahora los campos de ceniza en el verde follaje, cada vez más lejos, devorándolo con una irregularidad análoga. Cuando hoy día se sobrevuela la Amazonia o Borneo y se ven las enormes montañas de humo aparentemente inmóviles sobre el techo de la selva, desde lo alto parecido a un fondo suave de musgo, es posible hacerse inmediatamente una idea de las posibles consecuencias de tales incendios, que a veces perduran a lo largo de varios meses. Lo que en la Europa de la prehistoria quedó a salvo del fuego fue talado más adelante para la construcción de casas y barcos así como para la extracción del carbón vegetal que la fundición del hierro precisa en cantidades ingentes. Ya en el siglo XVII, en todo el impero insular sólo quedan restos insignificantes de antiguos bosques, abandonados, en su mayoría, a su deterioro. Ahora los grandes fuegos se prenden al otro lado del océano. No en vano Brasil, ese país apenas conmensurable, agradece su nombre a la palabra francesa para el carbón vegetal. La carbonización de las especies de plantas más altas, la quema incesante de todas las sustancias combustibles es la fuerza de propulsión de nuestra propagación por la tierra. Desde la primera antorcha hasta los reverberos del siglo XVIII, y desde el brillo de los reverberos hasta el resplandor macilento de las farolas de arco sobre las autopistas belgas, todo es combustión, y combustión es el principio inherente a cada uno de los objetos que producimos. La confección de un anzuelo, la manufactura de una taza de porcelana y la producción de un programa televisivo se basan, en definitiva, en el mismo proceso de combustión. Las máquinas que hemos inventado tienen, al igual que nuestro cuerpo y nuestra nostalgia, un corazón que se consume con lentitud. Toda la civilización de la humanidad, desde sus comienzos, no ha sido más que un ascua que con el paso de las horas se torna más intensa, y de la que nadie sabe hasta qué punto se va a avivar y cuándo se va a extinguir.



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