Los amantes de Todos los Santos by Juan Gabriel Vásquez

Los amantes de Todos los Santos by Juan Gabriel Vásquez

autor:Juan Gabriel Vásquez [Vásquez, Juan Gabriel]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 2008-04-23T00:00:00+00:00


La soledad del mago

I

A Léopold le pareció que lo ocurrido dentro de su bolsillo era una de las cosas más extraordinarias que había visto jamás —la interacción de un llavero, un anillo de bodas y el gesto mágico de una mano—, y no podía pensar que fuera un error, como en ese instante le decían todos, haber cuestionado en público las habilidades de un mago, aunque se tratara de un mago aficionado, un mero aprendiz de fin de semana. El rostro del mago (Léopold recordaba el momento en que había oído su nombre, Chopin, y no había sido capaz de preguntar si se trataba de un mote vulgar o de una casualidad) emergía de un grueso cuello de tortuga, y la piel tersa bajo el mentón se arrugaba cuando el hombre asentía o se preocupaba, y se arrugó también cuando Léopold se acercó a la lámpara más alta con el testimonio de la magia en la mano y su tacón derecho buscó el interruptor sobre el parquet; el foco se encendió y los ojos de Léopold se fijaron en aquella maravilla, un llavero engarzado en un anillo. Selma, su esposa, lo vio caminar hacia ella, tomar su mano izquierda y calzarle el anillo, un diamante imbricado en la superficie espejeante, como si la desposara de nuevo, y no pudo no preguntarse, puesto que su matrimonio le parecía aún nuevo como parecen nuevos después de cierto tiempo unos zapatos que no se usan con frecuencia, si eso seguiría sucediendo en el futuro: si actos pequeños o circunstancias banales le parecerían a veces pertenecer con retraso a la misma, ya pasada liturgia.

Se habían casado en una ceremonia católica en la cual el vestido crema y no blanco de la novia se enredaba en los apoyabrazos de las bancas, porque ella, niña caprichosa, había impuesto que la ceremonia se dijera al aire libre y junto a la capillita de piedra de la colina que miraba hacia Hamoir, a pesar del viento agresivo en el que podían volarse cometas en esa época del año, y todo aquello únicamente porque la aterraba la idea de meterse en pleno mes de julio en la oscuridad húmeda y siniestra de la iglesia de Saint-Paul, en Lieja, cuyos vitrales de colores, sucios de la suciedad urbana, prohibían el paso de la luz, y cuya puerta de entrada aparecía congestionada durante los fines de semana por los puestos de chocolates y gaufres de crema y por los carros de los comensales y por los comensales mismos, familias con niños torpes de manos torpes a quienes ya podía Selma figurarse ensuciando con salsas dulces, de caramelo o de manzana o de moras salvajes, la cola reluciente de su vestido. Así que el padre Malaurie, vecino de Xhoris, utilizó un imperdible para dominar su sotana, y le dio la bendición a la pareja sin evitar que las páginas de papel de arroz de su Biblia aletearan como un pájaro enjaulado, sin enterarse nunca de que la novia estaba embarazada y sin



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