Lobos by Xavier M. Sotelo

Lobos by Xavier M. Sotelo

autor:Xavier M. Sotelo [Sotelo, Xavier M.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Fantástico, Terror
editor: ePubLibre
publicado: 2014-10-20T00:00:00+00:00


2. LA HISTORIA DEL COMANDANTE

Domingo 8 de julio de 2007

12:02 a.m.

El comandante Esteban Rey dejó su vaso de whisky a un lado del tocadiscos y comenzó a buscar un LP. Quería alejar sus pensamientos de los muchachos que habían llegado a El Real en la tarde. Sabía que morirían, si es que no había ocurrido ya. Los hombres lobo de la zona eran implacables y cazaban con gran maestría. Ya pensaría en la mañana qué hacer con los restos de los cuerpos y en cómo daría la noticia a sus familiares.

Odiaba su vida.

Detestaba vivir en El Real.

Extrañaba a su familia.

El comandante se percató de que pasaba sus dedos por las tres cicatrices de su cara. Era un reflejo inconsciente que estaba ligado al recuerdo de su familia. No lo podía evitar.

Finalmente, de entre su vasta colección, encontró el acetato que estaba buscando. Con una gran sonrisa tomó el empaque de cartón y sacó el disco. Cuidadosamente lo colocó en el tocadiscos y lo encendió. Con una precisión quirúrgica, muy extraña en un alcohólico, colocó el brazo en la tercera canción. La aguja rechinó en el acetato y emitió un chasquido en las bocinas. Después hubo un silencio hueco con un pequeño siseo casi imperceptible.

Esteban Rey tomó su vaso y se sentó sobre un viejo sillón marrón, desgastado de los descansabrazos, y tomó un trago de su whisky al mismo tiempo que los primeros acordes de las guitarras de Wild Horses de los Rolling Stones se escucharon en la bocina izquierda, para después oírse en sonido estéreo. El reflejo del fuego de la chimenea comenzó a bailar en sus pupilas al ritmo de la música.

Iba ya por su quinto vaso cuando escuchó ruidos en el cobertizo de la entrada. Instintivamente se paró y trató de desenfundar el arma de su cintura. Su mano pasó de largo un par de veces hasta que se dio cuenta de que no traía puesto el cinturón. Extrañado, miró alrededor, hasta que lo encontró reposando tranquilamente sobre la chimenea. Rápidamente se acercó, tomó su revólver y lo apuntó hacia la puerta de entrada. No tenía idea de lo que estaba ocurriendo, pero los músculos de su cuerpo se tensaron y dejó de sentir los efectos del whisky.

“Los lobos no pueden entrar. No con la malla de plata”, pensó. Con la respiración agitada amartilló el gatillo y colocó su mano izquierda sobre la base de la cacha del arma, para amortiguar el impacto cuando disparara. Lo que fuera que entrase sería alcanzado por una bala letal y si en realidad eran lobos, al menos les provocaría un moretón o dos antes de alcanzarlo.

La puerta de entrada comenzó a sacudirse con fuerza y el comandante echó los hombros al frente, cerró un ojo y observó con el otro a través de la mira de su arma.

—¡Auxilio! —gritó Paola detrás de la puerta—. ¿Hay alguien que nos pueda ayudar? ¡Ábrannos por favor!

Y la puerta se sacudió violentamente.

Esteban Rey soltó el aire de sus pulmones y la tensión de su cuerpo desapareció.



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