Limpia by Alia Trabucco

Limpia by Alia Trabucco

autor:Alia Trabucco [Alia Trabucco]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 2022-10-01T00:00:00+00:00


Yo limpiaba el piso esa tarde. Pasaba el trapo húmedo por la madera y luego lo estrujaba, lo estrujaba, lo estrujaba hasta que el agua salía limpia. La Yany dormía en el lavadero. La piel le temblaba espantando a las moscas que se posaban sobre su lomo. La niña estaba en su pieza con fiebre. Un virus, según el señor. No había ido al colegio y tenía prohibido salir de la cama. Yo debía darle limonada con miel, arroz blanco con verduras y controlarle la temperatura. Y ella no debía moverse de la cama, eso le dijo su padre, eso repitió su madre, y yo me envalentoné.

No sé a qué habrá ido a la cocina, solo recuerdo su reacción. La puerta del lavadero estaba abierta y al otro lado, la Yany. A la niña le brillaron los ojos más allá de la fiebre.

¿Es tuya?

Eso dijo.

No era mía, la Yany. No era de nadie. Nunca sería de nadie un animal como ese, pero respondí que sí.

Sí, dije.

¿Y cómo se llama?

Se llamaba perra. Perra de mierda. Perra culiada. A veces también se llamaba perrita linda, chiquita hermosa, perruna loca.

Me quedé muda. Miré a la niña, al animal, a la niña otra vez. No sé de dónde habrá venido el nombre. Los nombres siempre son un error.

Yany, respondí.

La niña dijo que era bonita, aunque la verdad es que la perra era más bien fea. Flaca, desgreñada, sin dulzura en los ojos. Una perra sin gracia, pero yo me había encariñado y ahora la niña la había descubierto y le diría a su madre y a su padre y ellos la echarían a ella y después a mí. Sentí que no podía respirar. Mi pecho se llenó de aire caliente. Me hormiguearon las manos, los pies. Solo mi propia voz me tranquilizó. Miré a la niña a los ojos y me acuclillé frente a ella.

Es un secreto, le dije.

Ella asintió, seria. Era inteligente, ya lo he dicho.

Me preguntó con un hilo de voz si podía acercarse y tocarla y sin esperar mi respuesta caminó casi en puntas de pie, salió al lavadero, se arrodilló junto a la Yany y le pasó la palma de su mano por entremedio de las orejas. Solté todo el aire de mi cuerpo y supe que ella también la querría. Que la niña y yo querríamos a la Yany. Y a veces, en la vida, eso es todo lo que se necesita.

La niña fingió que seguía enferma y yo la cubrí esa semana. Le informé a los señores que había tenido fiebre, había vomitado dos veces, seguía desganada, la pobre, y así pasamos cinco días juntas, las tres.

Fue una de las pocas semanas en que la Yany vino casi todas las tardes. La niña estaba feliz. También la perra. Todo estaría bien siempre y cuando la niña no traicionara nuestro secreto. Había estado cerca una noche, cuando les preguntó a sus padres si acaso podía tener una mascota, una perrita grande y vieja, con los ojos redondos y el pelo café.



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