Lazos de tinta by Rosa Huertas

Lazos de tinta by Rosa Huertas

autor:Rosa Huertas [Rosa Huertas]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9788466674966
editor: Penguin Random House Grupo Editorial España
publicado: 2022-12-15T00:00:00+00:00


35

Emilia, en cuanto vio a Reme, reconoció su estado. La reprendió por ser tan ingenua y la abrazó como a una hija descarriada.

—Has tenido suerte —aseguró—. El oficio de nodriza es el mejor que hay y en esta casa va a hacer falta una en pocos meses. Estarás bien alimentada y no tendrás otra ocupación que atender al hijo de la señorita. La leche que te sobre será para el tuyo, pero tú eres una buena moza y sacarás para los dos. Muchas jovencitas de los pueblos se quedan embarazadas a propósito para venir como amas de cría a la ciudad, es un trabajo muy solicitado. No te va a faltar de nada. —Rio.

Reme permaneció seria, mirando al infinito, y no fue empresa fácil sacarla del estado de abatimiento que la invadía. Resultó ser de gran ayuda para Emilia, realizaba con presteza todas las tareas que se le encomendaban, sin protestar y en silencio.

—¡Es bueno que llegue alguien útil a esta casa! —exclamaba Emilia, satisfecha—. Aquí con tanta literata, nadie se ocupa de lo necesario. Solo piensan en sus fantasías y nada saben de los quehaceres domésticos, ¿qué clase de mujeres son estas? —se quejaba en clara alusión a la señorita Tula y a mí.

Rafaelillo recibió con curiosidad a la nueva inquilina. Pensé que pondría los ojos en ella, que se olvidaría de mí, pues Reme sí era una mujer hermosa y no yo; pero solo manifestó una cierta cordialidad de compañeros de trabajo. Me consta que intentaba preguntarle por mí, por mis sentimientos, pero Reme seguía con su inquebrantable mutismo.

Durante el día, ella se entregaba a una incesante actividad para ahuyentar los oscuros pensamientos. Sin embargo, por la noche, cuando las luces caían y nos retirábamos a mi alcoba, todo el peso de la pena caía sobre su alma atormentada. Entonces regresaba el llanto inconsolable, eran lágrimas desesperadas que yo intentaba enjugar.

—Todo va a salir bien, ya lo verás —le decía para animarla—. Tendrás un hijo precioso que cuidaremos entre las dos, ya has oído que no te va a faltar de nada.

Ella no contestaba, había perdido ese aire alegre y ocurrente que yo recordaba y se había vuelto muda para rumiar su dolor en silencio. Cada noche, le acariciaba el cabello, le cantaba al oído, la mimaba, hasta que escuchaba su respiración sosegada, señal de que se había dormido. Así día tras día, hasta que las lágrimas fueron desapareciendo, despacio, vencidas por mis desvelos y mi cariño. No obstante, Reme no recuperaba el habla: respondía con gestos de cabeza o con monosílabos, como si la desgracia le hubiera robado las palabras.

Algo parecido le ocurría a Tula, cada vez más desconsolada y enferma de dolor, los nervios no le daban tregua. Gabriel Tassara, el padre de su futuro hijo, hacía meses que no pisaba la casa, se había alejado de ella, como un cobarde, y le negaba su trato y la paternidad. Ante tal desprecio, ella solo veía sombras en el porvenir y vertía su desdicha en versos cargados de desesperación.



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