Lavondyss by Robert Holdstock

Lavondyss by Robert Holdstock

autor:Robert Holdstock [Holdstock, Robert]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Fantástico
editor: ePubLibre
publicado: 1988-01-01T05:00:00+00:00


SEGUNDA PARTE:

EN LA REGIÓN DESCONOCIDA

«… todo es blanco ante nosotros.

Todo aguarda, nadie lo ha soñado, en esa región,

esa tierra inaccesible».

WALT WHITMAN

«TIERRA DEL ESPÍRITU DEL AVE»

La Casa Funeraria

Un nuevo recuerdo llegaba a la tierra. Había un cambio. Llevaba presente varias semanas. Afectaba a todo: al bosque, al río, a los claros espirituales con sus gigantescas estatuas de madera, a la casa funeraria de la colina… Afectaba incluso al pueblo, a los tuthanach, el clan neolítico que habitaba esta parte del reino del bosque.

Al principio, el anciano al que el clan llamaba Wynrajathuk pensó que los cambios eran obra suya, una última onda de génesis procedente de aquellas áreas primitivas de su mente aún ligadas al bosque primario. Pero pronto se dio cuenta de que no era posible. Ahora estaba en paz, su inconsciente se había vaciado hacía tiempo de sus antiguos sueños. Llevaba muchos años en paz.

No. Aquel cambio extraño, sutil, tenía otra fuente.

Se adentró en los claros espirituales, caminó entre los ídolos gigantes y examinó cada cara sombría, escuchó las voces. Siguió un sendero de caza a través del bosque asfixiante y, por último, llegó a la ladera cubierta de zarzales de una pequeña colina. A través de la densa maleza, alcanzó a ver el muro de tierra blanca que había sido erigido en torno a la colina; un espeso grupo de espinos se había extendido, cubriéndolo. Se abrió camino entre la maleza, apartando las ramas hirientes, hasta llegar a la semiderruida puerta de entrada, cuyas columnas de madera habían cedido dejando caer tierra y cascotes.

Tuvo que arrastrarse por la hierba para entrar en el recinto.

El día anterior la puerta había estado despejada, el sendero entre los espinos era fácil y amplio.

Trepó por el muro de tierra y volvió la vista hacia el norte. El sol estaba bajo sobre el bosque, a lo lejos todo aparecía envuelto en una neblina rojiza. La cúpula del cielo era un mar oscuro que se extendía de horizonte a horizonte. El viento que soplaba del corazón del bosque se había tornado gélido. El aire olía a invierno, a estaciones mezcladas.

Wyn volvió al suelo del recinto y paseó por el semicírculo de altas estatuas talladas que guardaban el camino hasta la casa funeraria. Había diez, y resultaba inquietante mirar sus rostros. Los antiguos ojos le seguían a medida que se movía.

Por fin, se detuvo con una sonrisa triste. El rostro de una de las estatuas había cambiado, al igual que su forma. Ahora había ramitas que crecían de la madera muerta. Nueva vida en el tótem silencioso, brotando de la negra podredumbre de la corteza.

Debió haberlo sabido. ¡Por supuesto! Debió haberse dado cuenta. Por algo no era simplemente Wyn-rajathuk: Wyn-voz-de-la-tierra. Era también el extranjero. Era un científico. Era el único hombre que había estudiado a las imágenes míticas vivientes de su propia mente consciente…, aquí, entre los árboles, en el bosque de los mitagos.

Saboreó este momento de arrogancia con cierta ironía, porque, por supuesto, sólo había visto un fragmento de la magia que vivía, y se escondía, y surgía desnuda y hedionda del lecho de hojas muertas de esta extraña tierra.



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