Las nuevas Aventuras de Ellery Queen by Ellery Queen

Las nuevas Aventuras de Ellery Queen by Ellery Queen

autor:Ellery Queen [Queen, Ellery]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 1939-12-31T16:00:00+00:00


Querido Anse, es NECESARIO que te vea. Es importante. Aguárdame en el lugar de costumbre, Jubilandia, el domingo por la tarde, a las tres, en la CASA DE TINIEBLAS. Extremaré las precauciones para no ser vista. Especialmente esta vez. ¡ÉL SOSPECHA! No sé qué hacer. ¡Te amo, te amo! MADGE.

El capitán Ziegler, del cuerpo local de detectives, hizo crujir los nudillos, vociferando:

—Esto es el colmo, Mr. Queen. Se lo pesqué en el bolsillo. ¿Quién es Madge? ¿Y quién diablos es el tipo que «sospecha»?

Hendían el aire innumerables rayos de luz. Los policías entrecruzaban los haces en forma tan estrafalaria como el trazado del cuarto, manteniendo por punto focal el farol que un agente alzaba sobre la cabeza del muerto. Seis personas alineábanse contra uno de los ocho muros; cinco de ellas contemplaban, desorbitadas, la forma inmovilizada en el centro de los rayos. La sexta —el anciano canoso, apoyado aún en el brazo de la jovencita alta— miraba fijo delante de él.

—¡Humm! —articuló Ellery mirando a los prisioneros—. ¿Seguro de que no quedó alguno circulando por la Casa, capitán?

—Éstos son todos, Mr. Queen. Duval hizo parar la maquinaria. Él mismo nos guió, revisando todos los huecos y recovecos. Y dado que nadie salió de este agujero infernal, el homicida es uno de estos seis.

El detective les contempló con frialdad; todos se estremecieron… salvo el viejo…

—¡Duval! —murmuró Ellery; el francés dio un respingo, mortalmente pálido—. ¿No hay «forma» secreta de salir de aquí sin ser visto?

—¡Ah, no, no, no, Mr. Queen! ¡Oiga! Voy a buscarle una copia de los planos de…

—No es necesario.

—El saloncillo de reunión es el único medio de salida —tartamudeó Duval—. ¡Oh! ¡Que esto venga a ocurrirme a mí!

Ellery dijo quedamente a una mujer elegante, sobriamente ataviada, la cual se apretaba contra la pared:

—¿Verdad que usted es Madge? —el joven recordaba ahora que aquella mujer era el único prisionero que no había visto mientras escuchaban el parloteo del anunciador con Djuna y Monsieur Duval. Evidentemente, les había precedido en la Casa. Los otros cinco estaban allí: la joven alta y su extraño progenitor, el hombre barbudo con su corbata de artista, y el corpulento negro y su hermosa compañera mulata—. Su nombre, por favor… su apellido…

—¡Yo… yo no soy Madge! —susurró su interlocutora, encogida, alejándose de él. Bajo sus trágicos ojos dibujábanse ojeras violáceas. Tendría alrededor de 35 años, y era la ruina de una mujer hermosa. Ellery experimentó la curiosa sensación de que no era la edad, sino el miedo, lo que causaba aquellos estragos en su belleza.

—Es el doctor Hardy —dijo la joven alta, repentinamente, en tono estrangulado. Asía el brazo del padre como si lamentara ya haber hablado.

—¿Quién? —preguntó el capitán Ziegler vivamente.

—¡El… el muerto! Es el doctor Anselm Hardy, especialista en oftalmología. De Nueva York.

—¡Es verdad! —confirmó el calmoso hombrecillo arrodillado junto al cadáver, alcanzándole algo—. Aquí tiene una de sus tarjetas.

—Gracias, doctor. ¿Cuál es su nombre, señorita?

—Nora Reis —la jovencita reprimió un escalofrío—, y éste es mi padre, Matthew Reis. Nada sabemos de este… horrible suceso… Vinimos hoy a Jubilandia para divertirnos un poco.



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