Las manos del pianista by Eugenio Fuentes

Las manos del pianista by Eugenio Fuentes

autor:Eugenio Fuentes [Fuentes, Eugenio]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ficción, Novela, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2003-02-28T16:00:00+00:00


Pasillos

Cupido estaba molesto con su cliente. Y no sólo porque al ocultarle una información importante lo obligara a replantear todo el trabajo, puesto que en una investigación cualquier nuevo dato modifica globalmente la perspectiva del análisis; también porque la ocultación revelaba desconfianza en su capacidad de discreción, y la desconfianza revelaba cierta dosis de desprecio hacia su tarea. Nunca le había gustado la actitud de su cliente y, también por eso, se encontraba desanimado, sin apenas ilusión por resolver el encargo de aquel hombre extraño.

Además, no lograba olvidar en ningún momento la situación de su madre. En el fondo, sabía que no había hecho todo lo necesario para retenerla, para cuidar de ella en su propia casa, y esa preocupación le impedía concentrarse, cualquier reflexión le exigía un doble esfuerzo. En los últimos días había advertido que cada año que pasaba se iba acentuando el contraste entre sus crecientes deseos de tranquilidad y las inquietudes que le generaba su oficio. Llevaba quince años trabajando en aquella profesión y, sin embargo, no se consideraba quince años más sabio, sólo estaba quince años más solo y más triste. A veces se sentía cansado de pasar una mitad de su vida escuchando las acusaciones o sospechas de sus clientes hacia el resto del mundo y la otra mitad escuchando las excusas o coartadas de ese resto del mundo respecto a las sospechas de sus clientes. Los casos resueltos que se acumulaban en su curriculum se convertían, paradójicamente, en dosis de descreimiento y pesimismo que se acumulaban en su corazón.

Acaso la índole de los encargos que recibía no fuera cada vez más sórdida, pero a medida que transcurría el tiempo a él le incomodaba más el contacto con la maldad. Su último trabajo había sido de nuevo un asunto sucio y mezquino, muy fácil de resolver. Había venido a su despacho una mujer de unos cincuenta años que vivía sola y estaba recibiendo en su domicilio continuas llamadas telefónicas, sin fijeza de horas, con una organizada maldad, desde las laborales del día a las más intempestivas de la madrugada. Alguien había decidido ejercer sobre ella —casi siempre el mismo tipo de víctimas, débiles e intercambiables, sin fuerzas para replicar a un desafío— un acoso anónimo y sucio, consciente de la zozobra que podía provocar. Al otro lado de la línea, quien llamaba no decía nada, no respondía a la provocación ni al insulto, se limitaba a estar allí, respirando suavemente, correoso y paciente, en un silencio que resultaba más angustioso que los insultos o las obscenidades, porque no daba ningún indicio sobre el motivo de sus llamadas, sobre su identidad de hombre o mujer, de joven o viejo, sobre un móvil de odio o de placer.

La mujer lo había denunciado a la compañía telefónica, pero le habían replicado que estaban obligados a guardar el secreto y que para darle el número desde donde llamaban tenía que mediar una denuncia judicial cuyo proceso podía dilatarse varias semanas.

En un principio, Cupido, sin moverse de su casa,



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