Las Eternas by Victoria Álvarez

Las Eternas by Victoria Álvarez

autor:Victoria Álvarez [Álvarez, Victoria]
La lengua: spa
Format: mobi
Tags: Juvenil, Fantasía
editor: Versatil
publicado: 2012-01-01T00:00:00+00:00


II. DEA EX MACHINA

«Podrás destrozar mis otras pasiones; pero queda mi venganza,

una venganza que a partir de ahora me será más querida

que la luz o los alimentos».

MARY W. SHELLEY

CAPÍTULO X

El tiempo, cuando la vida ha dejado de tener sentido, parece pasar más despacio de lo normal, porque se resiste a darnos la posibilidad de recomponernos. La existencia deja de depender del ángulo de unas agujas; da lo mismo que marquen las seis menos veinte que una medianoche eterna en la que no podemos encontrar más que sombras. Los días que a Mario le parecían interminables se convirtieron en semanas, y las semanas en un mes completo, y cuando quiso darse cuenta se había acostumbrado de tal modo a cargar con su dolor silencioso y desesperado que casi tenía la sensación de haber nacido con él.

La primera noche de Carnaval le sorprendió acodado en su balcón. Llevaba la mayor parte de la tarde dando vueltas por la juguetería como un alma en pena. Había tratado por todos los medios de distraerse con el trabajo, pero en aquellas fechas tan míticas la Serenísima cerraba sus negocios a cal y canto para que todo el mundo pudiera tomar las calles con sus máscaras, sus aparatosos disfraces y sus bolsas llenas de confetis, que se quedarían ensuciando el adoquinado durante toda la semana. Mario llevaba pasando por aquello desde que tenía uso de razón, aunque sus veintisiete años en Venecia no habían logrado reconciliarle con una tradición que hasta entonces le había parecido poco más que una feria de vanidades. En su situación casi le resultaba sacrílega tanta alegría desatada.

Hacía bastante frío aquella noche, pero eso no convencería a ningún vecino de Santa Croce de lo prudente que sería quedarse al amor de la lumbre. Todos los parroquianos se habían echado a la calle en cuanto las campanas de San Rocco habían dado las ocho. El elenco completo de la Commedia dell’arte había desfilado para entonces bajo el balcón de los Corsini, rivalizando en cuanto al lujo de sus telas bordadas con hilos de oro y plata y la elegancia de los antifaces con los que se habían cubierto. El rio del Gaffaro estaba colapsado por la cantidad de barcas que aguardaban el momento oportuno para empezar a moverse. Por todas partes había músicos ambulantes que afinaban sus instrumentos, y en las cuerdas que habían tendido de un lado a otro del canal revoloteaban las banderolas escarlatas y doradas y los estandartes con el león de Venecia estampado sobre fondo azul.

Había unas cuantas nubes en el cielo, y cuando las corrientes de aire las empujaban hacia la laguna, una luna menguante se encargaba de inundarlo todo con un resplandor de plata. Los niños correteaban con centelleantes bengalas en las manos, y mucha gente se había hecho con antorchas que hacían que los ojos de las máscaras relucieran como si se las hubiera dotado de vida propia. A su alrededor no se oían más que risas, pero Mario se sentía demasiado envejecido por sus preocupaciones para poder unirse como cualquier hijo de vecino a la celebración.



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