Las cenizas del hierro by Ramiro Pinilla

Las cenizas del hierro by Ramiro Pinilla

autor:Ramiro Pinilla [Pinilla, Ramiro]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 2005-04-23T04:00:00+00:00


Moisés Baskardo

1944-1946

Ha muerto Zenon Altube Gaztañerrota. Es febrero y hace frío. Ama y Zenon tendrán mucho de qué hablar en el cielo. Por lo menos, Fabiola enciende buenos fuegos en la chimenea. ¡Qué tiempos en los que ama visitaba con sus niños Altubena y Zenon bendecía la mesa! Confieso que últimamente la manta ha llegado a formar parte de mi atuendo, y lo mismo le ocurre a Román…, ¡es que disponemos de tan poca ropa! Sin embargo, ¡cuidado!, que nadie piense que Fabiola nos está pasando su locura; si nos echamos una manta encima, y a veces dos, es únicamente por no morir helados. Ella y Kresa nunca tienen frío, apenas recurren a una manta, sólo con tiempo muy crudo. Sus variantes son tres: desnudo total, sábana o manta. A veces, Román me susurra: «¿Qué va a ser de nosotros?», pues el hecho de cubrirnos con una manta, o dos, quizá encierre un significado alarmante, por mucho que nos fuercen a ello las malditas circunstancias. Fabiola me lo comunicó: «Ha fallecido Zenon», y había lágrimas en sus ojos.

—No sé si los demás críos de la escuela gastan tantos lapiceros como gastará el maestro —me dijo Fabiola hace dos días.

Y ahora veo a don Manuel cruzar la línea en otro tiempo cerrada por arbustos y subir el sendero.

—¿Quieres saludar a don Manuel? —digo a Kresa cuando pasa a mi lado en su trote olímpico alrededor de la casa.

—Buenas tardes —saluda don Manuel, observando a Kresa, quien no se ha parado y desaparece tras una esquina—. Qué bárbaro, qué pulmones.

—Es lo de todos los días.

—Ya me han contado.

—Si le mandásemos, pondría morros —dice Fabiola saliendo a la puerta secándose las manos con un trapo.

—Buenas tardes —dice otra voz don Manuel.

—Pase usted al calor —dice Fabiola.

—Buenas tardes —saluda por tercera vez don Manuel con la boina en la mano al descubrir a Román sentado ante el fuego y acurrucado bajo dos mantas.

Kresa ya tenía que haber dado la vuelta a la casa, se ha quedado detrás de ella. Los chavales siempre se echan a temblar cuando los maestros hablan con la familia. Yo también entro y cierro la puerta. Don Manuel parece no ver la banqueta que le acerca Fabiola y abre sobre la mesa una carpeta con papeles.

—Son del chico —dice.

Docenas de papeles llenos de garabatos de colorines. Por primera vez desde que ha llegado el maestro, Fabiola deja de mirarle y se fija en los dibujos.

—¿De Kresa? —dice.

—Lleva una semana dibujando tercamente lo mismo, una figura de hombre —dice don Manuel con una gravedad que no viene a cuento. Fabiola también le mira con expresión interrogante—. El color es rojo, rojo de sangre. Desde el mismo día que murió Zenon.

Fabiola y yo hojeamos más detenidamente los garabatos, que ya no me parecen garabatos, hasta el último folio.

—Una explosión de colores —dice Fabiola—. Ahora me explico mi ruina en lapiceros.

—Explosión de rojos —puntualiza don Manuel poniendo un dedo sobre uno de los monigotes más intensos.

—Sí, no me pide otro color, siempre rojo, siempre más rojo —dice Fabiola.



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