Las amargas mandarinas by Iñaki Abad

Las amargas mandarinas by Iñaki Abad

autor:Iñaki Abad [Abad, Iñaki]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Narrativa, Histórica
publicado: 2020-04-29T22:00:00+00:00


No, ninguno de los dos padres estuvo presente en aquel banquete en el Châteaux Poyferré, ni Antón Fleta ni George Lang, sin embargo, el que sí acudió a la comida fue Lorenzo Ruspoli Ascarelli. Se incorporó cuando todos los invitados estaban ya sentados a la mesa en aquel comedor de grandes ventanales desde los que se podía contemplar un jardín que descendía con verde mansedumbre hasta el cauce del Dordoña. Lorenzo venía de París. Llegó con su deportivo, un Austin Healey de color verde oscuro y capota gris desplegable, con los parachoques, los radios de sus ruedas y los faros cromados, relucientes e impolutos. Lorenzo Ruspoli estaba hecho de pocas señas de identidad visibles, y aquel vehículo era una de ellas. Costaba creer que un hombre de su estatura pudiera caber dentro del habitáculo y que viajara cómodo, pero así era, el coche parecía diseñado para él. Nunca renunció a aquel prototipo de Austin, y tuvo varios a lo largo de los años, siempre el modelo 300, que compraba de segunda mano directamente en el Reino Unido pues había dejado de fabricarse en mil novecientos sesenta y siete. Se había acostumbrado al volante a la derecha y a cambiar las marchas con la mano izquierda, para él no suponía ningún inconveniente, es más, decía que lo que le resultaba realmente difícil era conducir un coche continental, es como si mi corazón y mi cerebro estuvieran a la derecha, sí, eso solía decir, ¿por qué será?. El mundo iba por un lado y Lorenzo Ruspoli iba en paralelo con él, pero por su propio camino, en su Austin Healey con el volante a la derecha, ajeno a los espejismos pasajeros del presente. Tampoco su modo de vestir seguía los dictados de los tiempos, si bien nunca daba la impresión de estar desfasado porque el garbo con el que llevaba sus pantalones de pinzas, sus zapatos deportivos, las camisas de algodón, los jerséis de pico o de cuello vuelto, el impermeable si llovía o las chaquetas de tweed en otoño, lo situaban por encima de lo efímero. Sustituía la moda por la elegancia, decía, no me interesa lo perecedero, fluctúa, carece de valor, es vulgar, hace del ser humano un maniquí, hay que perseguir lo que permanece y no cambia, lo que dura, lo proporcionado, como la belleza. Mucha de la ropa se la hacían a medida en un pequeña sastrería en Milán, en un bocacalle de Via Dante, al lado del teatro Piccolo, y otra la elegía en algunas de las tiendas clásicas de Via Montenapoleone, también en Milán. Los zapatos, sin embargo, siempre eran ingleses.

Nada más entrar en el comedor del Châteaux Poyferré, Lorenzo Ruspoli se dirigió a la mesa de los novios con aquel paso suyo tan decidido y al mismo tiempo algo desgarbado y, sin saludar a Sophie, se fundió primero en un abrazo a Chema y luego, cogiendo la mano de Jeanne, hizo un ligera inclinación y se la besó con delicadeza. Estás realmente hermosa, afirmó sin



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